Recuerdo tu osamenta tan frágil, delicada
cubierta de una capa como de blanca nieve
guiada por tus ojos azules como el agua
cómo agua cristalina de Mayo cuando llueve.
Lucías en tu porte finura y elegancia
incluso en el mechón más opaco y desteñido
aunque ahora te recuerdo odiando la distancia
al cielo doy las gracias de haberte conocido.
Bajabas a mi cama como una densa niebla
tu voz tan delicada endulzaba mis oídos
los dos hermosos jades que atentos me observaban
llenaban de paz mi alma, calmaban mis latidos.
Era tu danza dulce, vivaz, llena de gracia
aquel que te miraba quedaba sorprendido
pensando en tu belleza y la pureza en tu alma
no concibo aún la dicha de haberte merecido.
Recuerdo los rubores en tu piel tan delicada
y tus uñas recorriendo mis pieles como abrojos
podía pasarme el día perdido en tu mirada
ámbar inmaculada que desprendían tus ojos.
Era tu vientre blanco como espuma de cascada
tu espalda era el plateado empapado de ceniza
te gustaba recostarte mirando por la ventana
presenciando los caeres de la hoja y la llovizna.
Recuerdo tu figura escondida entre mis brazos
cuál cría que en la madre solo encuentra reposo
brindándome en las noches tus cálidos abrazos
envuelto como niño al calor de mi rebozo.
Reusltaste ser retoño predilecto en nuestro nido
aún cuando tus acciones colmaban la paciencia
y aunque quedaban cosas por verte y por mostrarte
tuviste que marcharte en plena inflorescencia.