Tu cuerpo, divinidad de la vida. Me envuelve con su sabana cálida, húmeda y a la vez ardiente. Tu piel, inunda mis pupilas del deseo de la insaciable sed, aludida, despojada y precipitada armonía. Tus labios, el mar en mi propia dicha, que con sus olas me acaricia y me envuelve entre la sal. Nace en mí el delicado silencio, la juventud y el gozo, porque tú, vida mía, provocas calma y serenidad en tiempos de tormenta, pero también causas fuertes diluvios en mi estremecido cuerpo hambriento de la divinidad que destellas. Eres pasión pura, incontrolable deseo, que me envuelve entre invisibles mantos creando el ímpetu de mi sed de ti. Y como la brisa, llegas a mí y te deslizas lentamente sobre mi piel. Tan tú, tan bello ser. Tan afortunado que soy. Insaciable sed.