«Qué niña más linda», esas cuatro palabras
me asaltan cuando tu rostro soborna las trampas
de mi memoria.
Paseas cada día en el lado invisible
de la rueda de mi historia.
Pacté con la rutina para lanzar
poco a poco mi vida a cualquier parte,
para sustituirte por libros, deportes,
metas de cara al futuro y quizás
llegue el día de olvidarte.
Pero de vez en cuando te niegas/
nos negamos a esa muerte
y detienes mi respiración cuando me
despido de mí en el filo de la noche,
con la certeza de rencontrar en la mañana siguiente
mi deber de dejarte en una orilla, para cargar
en mi espalda la sucesión de los soles.
Inútil el empeño de llevarte siempre conmigo,
injusta la traición de acurrucarte en el olvido.
Mejor continuemos confiando en la
casualidad de tus regresos, esos segundos
fuera de las 24 horas, que aunque afuera el
mundo marche a su final, aquí adentro
cantarán los heraldos de la aurora.