Paul quiso estrenar su bicicleta
subiendo en ella a la luna.
no es que la bici volara, que también;
me refiero a que la luna accedió
gustosa a montarse en el manillar
de la bicicleta de Paul para planchar
con él los baches de un rancho
más polvoriento que ancho.
A paul le traía sin cuidado
que la luna le tapara la vista
porque llevándola delante,
cualquier dirección llevaría al sol.
Al pasar por debajo de un manzano
ella alzó juguetona la mano
para alzarse con el fruto prohibido
y el camino de la perdición estaba servido.
La luna se apeó en el pajar
y Paul se propuso impresionarla
haciendo el pino sobre el sillín.
Nadie dijo que fuera sencillo
impresionar a la luna,
pero Paul no estaba por la labor
de dejar escapar su atención
y de tanto tentar al equilibrio,
exhibiendo riñones de acero,
de un golpe hizo astillas tres maderos.
Asustada, la luna quiso saber
si se encontraba bien, pero el amor
es el mejor anestésico
para el dolor de riñones
y no se precisan actores de doblaje.
Hacerle ojitos al buey fue una temeridad.