La Ciencia pone luz
dónde había oscuridad.
—está claro.
Franz tenía delirios de grandeza.
Perjudicado por las novelas de Verne se le fue la olla.
Completamente.
Por entonces la Ciencia estaba naciendo a su apoteosis.
El siglo xx fue exagerado en ese aspecto, se desbordaron
sobradamente todos los diques del conocimiento humano.
Franz tuvo una idea.
A lo Leonardo inventó un traje.
Pensó que sería posible volar sobre el cielo de París
sin granjearse rasguño alguno, toda una ilusión.
Se encasquetó el traje de Batman y se subió a un escabel.
Cuánta sería la inconsciencia en ese instante que al mirar
abajo —con todo el vértigo que eso supone— no vivió
un atisbo siquiera de arrepentimiento. La proeza
merecía la pena, la vida...
Fue un cuatro de febrero, con un frío que pelaba,
cuando todo estaba dispuesto sobre el símbolo
de la ciudad, Sena abajo.
Dio el salto, agitó las manos a la máxima velocidad
que pudo y el traje no se hacía vela, era muy pesado.
A los pocos segundos, que fueron lustros, cayó
sobre el terrado de la calle causando un socavón
que incluso midieron los periodistas de turno.
La muerte no importó. En los albores de una guerra
como la que se avecinaba, donde la muerte era
pan nuestro de cada día, una vida más o menos
qué más daba.
La naturalidad con que se aceptan los hechos
es digna de mención, visto desde los ojos de hoy.