Por explicarnos como usar las alas
sin enseñarnos a caer primero,
perdimos el espíritu escudero
capaz de inmunizarnos de las balas.
No nos hablaron de las aguas malas
dispuestas a astillarnos el velero,
y al naufragar cruzando el mar de enero
la niebla se tragó nuestras bengalas.
Crecimos ignorando la importancia
de ver al vendaval llevarse un globo
y cuando nos abrió la vida paso,
de pronto nuestra escasa tolerancia
a vernos engullidos por el lobo
nos impidió librarnos del fracaso.