Una pareja de zancudos beben
-con sus portátiles lanzas-
nuestra liquida piel llena de costras agridulces
y aclimatado al polvo
de furiosas jornadas con sollozos;
Brindan con toda su sed,
dejando a un lado su hambre, beben
por capítulos de vértigo,
como si bebieran el vino de los dioses
en el universo.
Luego saltan, como pesadas cometas
por el aire,
vuelan por entre las olas atmosféricas
como cetáceos del ocaso,
con esa mecánica voracidad
de su naturaleza.
Un hombre a dos manos se rasca
y con su acérrimo antebrazo
aplasta a su metáfora
que queda atravesado en su propia astilla;
¡La otra tiembla de miedo y se va!
Perseguida lentamente
en la inmensa soledad.
Un instante es la distancia
de dos dedos
que va del goce hacia el calvario.
¡No me digan que uno hace su destino!
El crepúsculo llega
cuando la soledad y el silencio
se instalan para no irse.