Alberto Escobar

Vete tú a saber...

 

Tomas Mann escribió en sus diarios en 1950 que la pasión que no se puede satisfacer se convierte en el fundamento del ejercicio artístico. Era homosexual, su primer amor fue un chico del colegio. Amor reprimido en una sociedad profundamente protestante que de ser descubierto hubiérale condenado al ostracismo, de ahí que defendiera la castidad, teniendo en cuenta su extensa religiosidad. Le declaró su amor y se burló de él porque no compartía su homosexualidad. 

—Notas tomadas de la conferencia de Rosa Sala en la fundación March sobre Tomas Mann. 

 

 

 


No voy a ser yo quien diga que la homosexualidad es una puerta de entrada
al genio porque no soy especialista —en nada afortunadamente lo soy—, 
pero da la bendita casualidad de que una buena parte de los genios que todos
tenemos en mente fueron homosexuales.
Quizá no sea el aspecto biológico la madre del cordero sino la postración social
a la que se ven abocados por aquello de la marginación. Este aislamiento favorece
la introspección, el recogimiento, y como válvula de escape aparece la literatura,
el arte en general, en son de rescate, de pugna por hallar la necesaria calma. 
El que no es homosexual —como es mi caso— ha llegado a este edén por otro
camino, pero como en esto también como en todo todos los caminos llevan a Roma,
la condición sine qua non para llegar a la escritura es haber leído lo suficiente como
para darse cuenta de que se quiere imitar sus modelos y encontrarse en una circunstancia
vital propicia para replegarse sobre sí mismo y bucear. 
Quizá la homosexualidad, como hecho biológico especial, atribuya a su poseedor
ciertas facultades que el que no lo es no disfruta, o no, vete tú a saber —mientras 
escribo me estoy tomando un tazón de cereales de maíz, y me estoy dando cuenta
de que como no le eche nata montada encima me sabe poco dulce (necesitaba decirlo).
Tomas Mann, como otros muchos en su época, optó por la represión y la apariencia,
aunque el verbo optar no es el más adecuado cuando no había otra opción.
Tuvo que aparentar una heterosexualidad que le atormentaba y valerse de la pasión
que acumulaba en sus adentros como fuente artística, sublimándola literariamente
y contorneando su estilo y talento sobre ese agujero negro tan inmenso. 
Lo voy a dejar aquí porque tengo que irme a trabajar. Siento dejaros con la miel 
en los labios y deseo que no me lo tengáis en cuenta en sucesivas entregas jajaj. 
Total, quien quiera saber algo más de Tomas Mann tiene la red a su disposición.
Feliz día compis.