Pagué los préstamos de tus zalamerías
que exageraban demasiado mis bondades
con vitales neuronas de tristeza fría,
pensando, que tus palabras eran verdades.
Al creer que tus festejos eran sinceros,
recuperé todo lo que había olvidado,
abrí las puertas cerradas de mi trastero
que la vaga rutina había bloqueado.
Tus mimos eran delicados y perversos,
una blanca flor de un árbol al florecer
bellas palabras cadentes de un dulce verso,
un zigzag tranquilo de una hoja al descender.
Tu alabanza exagerada me cautivó,
pensando que aquellos halagos procedían
de un estanque profundo de sincero amor,
no de frases disfrazadas que seducían.
Fue claro preludio de oscura falsedad,
fue un adorno premeditado, intencionado
en un cuerpo pleno de romanticidad
que tú tan deshonesta habías desnudado.