Como todo el que ha llevado alguna vez cadenas,
escucha por doquier su sonido.
—Nieztsche. Gaya Ciencia. Aforismo 32, el esclavo, versículo final.
Rescoldo.
Tus brasas siguen calentando mi hogar.
En esta mañana fría de invierno,
con la escarcha asomando a la ventana,
sigue tu calor, tu recuerdo, caldeando...
Cuando termino la faena cojo un libro,
me siento dentro de un sillón azul
y me pierdo entre las tinieblas.
Cojo en sueños mi bacía de barbero,
monto a lo lejos cuatro molinos de viento,
me subo de un salto a un caballo de cartón,
y ruedo, ruedo contra los brazos poderosos
de esos gigantes que me citan desafiantes.
La aventura que me ligó a ti fue intensa.
Fue intensa por lo difícil de vernos,
por el deseo insatisfecho, o medio satisfecho
—que para el caso es lo mismo— y fui Tántalo.
Fui Tántalo porque tenía la manzana
a mi alcance, a la altura de la boca, y cuando
hacía el gesto de aproximación se alejaba.
Eso mismo me pasaba contigo —sentí
en carne propia lo que debió sentir él—,
y esa angustia se hizo carne en mi carne
y se ha quedado grabada a fuego forever.
Sí, fueron cadenas las tuyas, y de envergadura...
Hace un año que no te veo, por estas fechas,
pero tu fuego —al menos tus brasas— siguen
abajo, en la sentina de mis recuerdos, calentando
este frío invierno, aquí, en medio de este bosque.
Donde estés, si es en el cielo también, te deseo
lo que no hallaste conmigo, un poco de paz.