Día veintiséis de agosto
de aquel año ochenta y siete
el dolor que se arremete
hace recordar tu adiós.
Tú te fuiste de este mundo
pero nunca tu recuerdo
porque siempre yo me acuerdo
que jugábamos los dos.
Tu cabello era castaño
y ondulado como mares
haciendo sus malabares
cuando el viento lo sopló.
Y brillabas como luna
con toda tu cabellera
porque fue en la primavera
que aquel soplo te llevó.
Tus ojos color canela
y con toque amarillento
desbordaban sentimiento
que mi Madre te heredó.
Y tu faz era halagüeña
como el agua cristalina,
tu sonrisa era genuina
y eso, lo recuerdo yo.
Poco tiempo tú viviste
y esperábamos, crecieras.
Diecisiete primaveras,
la dieciocho, no llegó.
¡Qué tristeza hermana mía!
El cáncer cerró tus ojos
y hoy el alma hecha manojos
con dolor te recordó.
Y aunque el tiempo ha transcurrido
te mantengo en mi memoria
eres parte de mi historia
que vivimos con dolor.
Cuento ya, treinta y cinco años
y mi ser nunca te olvida;
y aunque corta fue tu vida
para siempre fue tu amor.
¡Hermana, hermana del alma!
Escribiéndote estos versos
con recuerdos muy diversos
hasta el cielo se nubló.
Vi aquel sol que se ocultaba
con sus rayos luminosos
y en mis ojos, lagrimosos,
hasta el corazón lloró.