Nadie_Realmente
Nictofobia
Nictofobia
I
Temor a la oscuridad
no tengo.
Es al menos,
lo que me cuento;
sobra, o eso creo.
Prefiero, si es que el mundo se apaga,
sentir con lucidez cómo anochece.
Por esa parte, soy muy poca cosa,
cerillo sin caja de fósforo roja,
casi,
la sombra que daría
o incluso menos.
Remedo de hombre,
inflado de sopor
lanzado a flote,
como barquito de papel al inundarse el cielo
con la sangre
diluida
de los dioses.
La sombra quedaría sobre las voces
Pacer ensoñaciones, placer,
poder pasearse con el barquito
entre las vértebras de los cañones.
Padecer el ritmo aterido de los aspersores
danzar como en batallas de viejo romance
contra la métrica de los estertores,
del ritmo corporal usurpadores;
bramidos de la muerte diminuta
naciendo en los pulmones
así, entré en una cañada sitiada con flores,
rociado con la mentira equivalente:
usar una espada es tan noble
como blandir un mondadientes.
Mis divagaciones:
íbices locas, de patas tiesas, obstinadas
saladas, en la pared
trepadas.
Parásitos que trepanan la mirada,
corredores intrincados a la puerta mutilada;
—si torpemente se abriera, y el silencio se anegara…—
¿sigo alucinando?
desvelo inundado del recuerdo;
si la negligencia se abnegara...
Es el lenguaje otra forma para no entendernos,
pero más articulada.
Hablamos, hablamos, hablamos, ridículos, absurdos, arbitrarios
como fénix remojados en acuarios.
Lo pienso mucho, camino sin sentido
por el filo de un acantilado
lo escucho, se desgaja conmigo,
como si llevara mi pequeña religión
en el bolsillo:
un sol escondido, desgarbado,
carente de significado.
Esta voz que he levantado, al pie de un cerro de cenizas
se apacenta atracones de mañanas grises y enfermizas,
en mi garganta nubes grisáceas, llueven brasas apagadas
intento limpiarme las pestañas
y se abren nuevamente mis heridas.
Así como los malos poemas alimentan el fuego
que el viento sea el motor del olvido.
Que se lleve la Nada entre sus manos
la carente incandescencia de este escrito
Que no quede una traza de ceniza;
evidencia de la tos envenenada
que bajo la piel me atiza.
Mientras mi respiración resista,
y en mis pulmones renegridos la vida insista,
podemos platicar del humo y su estampida
dibujada en mi semblante con su negra tiza;
—¿Es tu última fumarada?
sabes, soy adicto a despeñarme,
haciendo nada.