Pasan veinte años
porque “veinte años no es nada”,
pasa un niño feliz
sin saber que era feliz.
Pasa un lúcido agosto,
brillante y extraño,
como robado a Van Gogh.
Pasan los besos y la bohemia,
los sueños que se quedaron en eso;
el amor que no fue,
las largas vigilias de mi madre
y los silencios impotentes de mi padre.
Pasan veinte años
porque “veinte años no es nada”
y se llevan los rostros amados;
las diáfanas voces de mis hijos
dejando indelebles huellas
en las paredes de la casa
como cicatrices en el alma.
Tango que no bailé;
ritmo al que se negó mi cuerpo
porque otra vez pasan veinte años;
porque “veinte años no es nada”.