El poeta es alguien que no sabe qué o por qué,
pero sabe cómo.
—Mario Obrero. Peachtree City.
Deleitar
Embelesar
con palabras.
Inventar un mundo
imaginario,
Inventado en base a
la conexión sinérgica
de una constelación de estrellas.
Un universo de glías y neuronas,
Un caos de permanente eclosión.
Todo mentira
¿O la verdad solo reside dentro?
—con esta pregunta dialogamos
con Platón ¿Te atreves?
La fuente está fuera
—ahora hablamos con Aristóteles—
y la cocina está bajo el cráneo
—ahora me meto con Descartes—
y los poetas solo son alfareros
de palabras, inventores de mundos
que si le diéramos crédito
nos estamparíamos contra molinos
de viento. No existen, solo en nuestro cielo.
El poeta no ha nacido para analizar,
escudriñar entre la maleza de lo incierto,
no. El poeta es un hacedor de quimeras.
No —por eso que decía antes— pidan
cuentas a un poeta de lo que dice,
no se lo crean, solo vívanlo profundo.
Un poeta es una fuente que necesita soltar,
manar el agua que va acumulando
en sus veneros porque no da abasto
con tanta palabra, con tanto sentimiento
que no halla más salida que la escritura
en blanco y negro, que haya al otro lado
quien la lea, recoja el guante y el testigo.
El poeta es como un rey constitucional,
es irresponsable, es solo un títere, un rótulo
sobre la puerta de una tienda, un turbión
que llueve sobre mojado, que sobra y se va.
Yo solo sé que no sé, que no contesto, que soy
y con eso basta...