Y entonces nos llegó la combinación señalada de minutero y horario en el numeral de aquel viejo reloj de nuestra casa que señalaba la citada partida. Me diste paso luego de unas cuantas palabras de amor y una vaga ansiedad en tu rostro, yo tomé mi valija, mi saco y prendí el primer cigarrillo de libertad que moría ahogado en mis presos ojos de cascadas tristes y cristalinas, mientras me alejaba otra vez a vagar en el mundo, de nuevo gitano trovador y un rumbo sin puerto: otra vez el linyera volvía al baile y la baraja, a la dicha del aguardiente de caña y la desdicha de los amores.
Ninguno de nosotros nos acordábamos de cuantas lunas cautivas se fijaron en nuestro amor, cuantas tardes escucharon nuestras risas y cuantas mañanas el alba alumbró nuestros cuerpos abrazados; quizás todo ello nos hastió, quizás el amor entre un joven y un maduro roble se distancia por el peso de los años o tan solo fue que nuestro amar ya tenía marcada una hora de partida, una hora que el reloj no pudo perdonar.
Entonces ella se quedó y yo salí, entonces ella se sentó y yo anduve a cumplir mi destino: así yo conocí que era la soledad y ella se quedó sola, sola como el camino de mi elección. Acá entonces, vagando y navegando entre las cristalinas lágrimas de la fuente de mis recuerdos, seguiré buscando un reloj: sea bonito o viejo, antiguo o moderno, de pulso o de pilas, que no haya marcado el tiempo, que se hubiere quedado siquiera cinco minutos antes de esa cita con la tristeza, previo presagio de ese añorado recinto haber salido o que señale una nueva vuelta de las manillas por cumplir, otra aventura para hallar una nueva tierra, una donde espero que los minutos no señalen otro partir y olvidar, donde por fin haya fija y calurosa posada para un peregrino corazón, pobre amigo, que se envejece y cansa de tanto andar.