Ernesto Chávez

La Muerte a la Vista

Todos nos morimos por alguien, constantemente, perpetuamente. Poco a poco se nos va la vida, en una mirada, en un mensaje, en un beso, en una palabra. La clave está en elegir correctamente por quién morirnos y disfrutarlo, vivir mientras se te escapa la propia vida. Morirnos el uno por el otro, el uno en el otro, en un solo ser, plácidamente, eternamente.

 

Mis poemas serán mi epitafio y mi testamento, una historia fidedigna de mi precipitación hacia la locura. Yo sufro por placer, sufro con premeditación, me adentro en caminos escabrosos para triunfar donde otros se rindieron, para hallar el amor en su estado más puro.

 

Aquella noche pude comprobarlo, la vida se me estaba agotando. Te fuiste y decidí caminar por unos momentos, aclarar mi mente, asentar las ideas e invariablemente todos los caminos me llevaban a ti. Había elegido ese día para definir mis propias intenciones y el alcance de mi imaginación, para decidir si realmente quería comer el fruto prohibido y ahora no sé si habrá en el mundo otro alimento que pueda saciar mi hambre.

 

Eres el veneno que me mata y el antídoto que habrá de curarme. Provocaste un cisma en mi alma. Separaste mi vida en dos mundos opuestos, en realidad y fantasía, en alegría efímera y tristeza eterna.

 

Mi condena no fue la muerte, sino vivir mi vida sin ti en ella. Duele más la vida, es una interminable cuesta arriba.