El niño que quería volar
Sentado sobre una piedra, Pedrito se pasaba el rato contemplando el volar de las águilas, y eso, le había costado más de una bronca, por parte de su madre. Este vivía a unos tres kilómetros del pueblo y solía ir al colegio andando. Su mayor ilusión era volar algún día como los pájaros.
— ¡Pero Pedro! ¿Cómo llegas tan tarde, si hace más de dos horas que terminó el colegio?
—He estado contemplando a las águilas y me encantaría volar como ellas.
— ¡Pero hijo! Tú eres un ser humano, no un águila. ¡Además, no tienes plumas!
—Ya lo sé, mamá, pero es superior a mí.
—Anda y coge la merienda, Pedro, que se te va juntar con la cena. Y déjate ya de volar, que tienes muchos pájaros en la cabeza.
Al día siguiente, estando sentado en su piedra y como siempre contemplando a las águilas, se le acercó una joven muy guapa y le dijo:
— ¿Te gustaría, algún día, volar como ellas?
Pedro, que estaba mirando el volar de las águilas, no se había dado cuentas y se sobresalto un poco.
— No te asustes Pedro¬ —le dijo la joven, con una voz muy dulce.
—Esa sería mí mayor ilusión, señorita, pero nunca podré hacerlo —le contestó Pedrito, bastante desanimado.
— ¿Por qué dices eso, de que nunca podrás hacerlo? –le preguntaba la joven.
—Señorita, yo no tengo alas ni plumas, y si no tengo esas dos cosas, nunca podré hacerlo, aunque me guste mucho.
—No tienes alas, pero tienes otros valores muy importantes.
— ¿De qué valores me habla usted, señorita?
—Desde ahora en adelante podrás volar, y para hacerlo, sólo tendrás que cerrar los ojos y pensar en ello.
—Señorita, muchas veces los he cerrado y hasta el momento nunca he podido volar.
—Ciérralos ahora, y veras cómo podrás hacerlo.
Pedro cerró los ojos y como un águila fue surcando el cielo; por primera vez, desde las alturas, pudo ver su casa, el río, los animales, y sentir la fresca brisa refrescando sus mejillas.
Cuando abrió los ojos, la joven ya se había marchado. Esta le había dejado un mensaje escrito en el suelo, el cual decía: “sigue siempre así y cuando quieras volar, sólo tendrás que cerrar los ojos”.
Desde entonces Pedro se sentía muy afortunado, había conseguido lo que tanto deseaba: “volar como las águilas”.
—Manuel, ¿No ha venido Miguel? –le preguntaba la madre de Miguel, a su marido. —Hace más de dos horas que acabó el cole y aún no ha llegado.
Los padres de Miguel hablaron con los vecinos y todos salieron en su busca. Se estaba haciendo de noche y todos estaban muy preocupados. En ese momento llego Pedro y les dijo que Miguel se había caído a un pozo y que él había tenido un sueño, en el cual había visto dónde estaba.
Todos fueron a donde decía Pedro y pudieron salvar a Miguel de una muerte segura.
Padres y vecinos le dieron las gracias, y Pedro era feliz, por haber salvado a su amigo.
Estaba muy contento, por que además de hacer lo que tanto deseaba (que no todos lo consiguen), se dio cuentas que podía ayudar a la gente y eso, le hacía la persona más feliz del mundo.
G.J.Pavón