Mi deuda no debe traducirse,
es el poder de mirar
una palabra
con el destino fulminante
de una vibración,
que excede
la rima del grillo
así la letra del murmullo
también se aprende,
migas de pan
que tirotean los números
entre rastrojos,
fundido a negro
maquillaje tan duro
como la muerte insolente,
bocas encendidas
desde la nada,
donde mi casa descuadra
antes del último fanal,
corbata de oro
cerradura dorada
para la divinidad ebria
crucificada una vez al año.