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**~Novela Corta - Amor sin Amor - Parte II Final~**

Y, Juliab, enredando pensamientos y entrelazando recuerdos y olvidos, quedó la muchacha tan sola como una hoja en pleno en el mes de agosto, cuando fue que su padre la cogió amando a ese jovenzuelo entre las caballerizas del establo en la hacienda de su padre. Y esa desnudez la llevó a una sutileza y a una virtud clara y muy translúcida como transparente. Y tomó un vaso de leche, y esa leche fresca en su garganta bajó como gotas de agua saciando la sed y cumpliendo con la dieta que lleva, Juliab. Esta noche llevó un rosario entre sus manos y rezó un rosario dejando caer un llanto, un dolor y un sufrimiento y una pena desde que el amor se fue de su vida y más de su pobre corazón. Juliab, lleva una sola verdad en su pobre y débil corazón, y es que ése amor, ése pobre amor, no la llevó a amar en verdad, sino que fue un amorío de esos pasionales y tan heridos y que le dejó una cicatriz en el mismo centro del corazón. Ella, sólo ella, quiso en ser como una doncella, sólo esta noche, cuando en el alma se llenó de luz candente como una luz encendida de vela, cuando en el alma de Juliab, se vio fría e indeleble como la misma mala sensación de haber sido captada con el delito entre las manos y fue ese amor que la llevó hacia otra dimensión, cuando supo que su padre la vio desnuda entre esas caballerizas y que la separó y para siempre de ése amor, y supo esa noche el significado real de la desnudez. Y tomó el camisón de dormir delicadamente y se desnudó, quiso sentir el suave camisón correr o deslizarse con delicado movimiento por su piel y más por su cuerpo. Se dió un baño de espumas en la bañera repleta de un jabón lavanda, que por el cual, se electrizó su piel, su cuerpo y su mente se ha conectado a un instante y a un pasado, cuando la desnudez, cosechó la mejor suerte de creer en la transparencia de la piel, y translúcido cuerpo, si era como traspasar por un diamante cálido y tenue a la vez. Cuando por su vez, quiso recordar aquella vez cuando en su juventud y en su adolescencia se desnudó por primera vez para amar, pero, todo quedó en un mal parecer por parte de su padre. Porque cuando llegó el padre es que comenzaba la acción entre esos dos adolescentes entre las caballerizas. Cuando en el embrague de la distancia y la cercanía entre ese mozuelo y ella, marcó cercanía y creyó que él la amaba, cuando en realidad estaba sola en su bañera bañando lo más hermoso de la vida a su propio cuerpo. Porque cuando en el embate de creer que el perfume de lavanda borrará sus recuerdos, pues, aún no. Juliab, una mujer de cuarenta años, aún recuerda ese bochornoso momento con su padre, cometiendo amor como lo que más deseaba en la vida: amar. Y, Juliab, trata de creer en el amor, pero, el amor sin amor, porque en realidad quedó sola y para siempre, desde que su padre pasmó, inhibió y dejó a la muchacha siendo un amor sin amor. Esta noche fue mágica, trascendental y tan dura como la soledad. Cuando en el embate de dar un recuerdo y recordó de que amó fuerte, con pasión, y con vehemencia pasional. Porque cuando en el instante de que su presencia se intensificó como la fuerza mayor del amor, se fue de rumbo y sin dirección cuando en su momento quedó como un tiempo lleno de lluvia sin sol. Porque Juliab, recuerda a su mundo, sólo le pertenece ese mal recuerdo a ella y a ella nada más que a ella. Y, Juliab, no fue un episodio de fracaso, ni un dolor psicológico ni mucho menos una frustración sino un evento en su vida bochornoso y le trabajó mucho en su subconsciente y en su inconsecuente atracción en amorosas venideras. 

Cuando, de repente, Juliab, corrió en ser una señora señorita, o sea, sin poder nunca haberse casado, llegó con premuras y con una terrible soledad en su alma y más en ese corazón que un día había saltado por el amor de un joven y que amó eternamente en su corazón. Juliab, una joven descendiente del amor verdadero y de una familia hacendosa, con una hacienda bastante grande en hectáreas. Y quedó en soledad, en una terrible soledad, que le dedicó en ser fuerte, pero, con un dolor muy profundo en su alma y más en su pobre y delicado corazón. Y esta noche fue que se desnudó y dejó su camisón de color violeta sobre la cama, y deseando que alguien viniera y la tomara pasionalmente entre sus brazos y la despojara totalmente de su camisón, cuando en su alma y en su corazón se dedicó en ser un compás musical entre dos notas que tocan muy bien un sólo instrumento. Cuando en el combate de dar una sola verdad se edificó su esencia y más que eso en su insistencia en ser como el amor un amor y, sí, que lo era, era un total amor la señora aún le quedaba amor en su alma y más en ese corazón solitario y ambigüo de amor. Cuando en su afán de soltar una palabra de amor hacia sus semejantes, Juliab, siempre era tan cordial y tan dada como el Dios mismo. Pero, esta noche, fue sólo esta noche, en que se desnudó para bañarse y el jabón de lavanda le quedó muy bien a su piel fortificada ya comenzando a envejecer, y comenzando a dar señales de senectud. Cuando en el alma y en el corazón de Juliab, se vio fríamente inadecuada y muy alterada en poder creer en el desenlace frío de esta noche de desnudez bajo la luz de luna. Y los lobos aullando en ese invierno cuando ya había pasado otoño y más ese mes de agosto, cuando en un día de agosto, la halló su padre a escondidas en las caballerizas del establo de caballos amando a un jovenzuelo y tan desnuda como esa vez. Y quedó casi semi dormida en la bañera, sólo pensando e imaginando lo que una vez quiso en ese atardecer de color miel como sus ojazos lloraron de pena, de angustia, de desesperación y de vergüenza, y todo por un bochornoso momento en que la niña se disfrutaba al lado de su novio, un peón de la hacienda de su padre, pero, ¿qué fue de ése peón? Él, un día en el amanecer, sí, al otro día, después del penoso instante, él, se marchó lejos y se fue de la hacienda y de todos los lares de la hacienda. Y, Juliab, lo buscó y lo buscó, y nunca más supo de él. Ésa es la historia de Juliab. Y, Juliab, quedó como papel sin escribir, como nube en tormenta, como cielo sin vuelo, como un fuego sin apagar, como un pájaro sin vuelo y con alas mojadas mojando con lluvia a todo su alrededor. Y quedó como un cineasta en una película de cine o una novela de televisión. Porque cuando en el alma de Juliab, quedó como todo el dolor de una manera superficial, pero, tan real como la impoluta verdad. Y esta noche desnuda, sólo en la desnudez clara y tan transparente como la luz de la luna, pero, tan nácar como su blancura en la propia luna. Y cambió de camisón a color blanco, blanco como la pureza, blanco como la luz de la luna, blanco como las nubes de algodón, blanco como su mismísima piel, y blanco como las sábanas de su habitación. Y peinó su cabello negro y se hizo una larga trenza, cuando en el alma de Juliab, pinta a negro luto, dibuja un oscuro pasado, y recela una vida mal vivida y sin poder lidiar con el amor, sí, un amor de esos que calla la gente cuando es su primera vez. Y, Juliab, callando su vida y más su pasado, si la gente que fueron acto de presencia en aquel momento ya pasaron a muerte segura y nadie conoce o sabe de la existencia de alguien en la vida de Juliab. Y, Juliab, terca, reacia a querer otra vez en la vida, y tan débil de corazón, que amó sólo una vez en su corta existencia. Y su padre ya viejo convaleciente en cama, nunca hablaron de ése vil momento, cuando la halló desnuda entre las caballerizas del establo de caballos cuando en su afán de inocencia de una adolescencia cuando más le llamó el amor eterno, pero, no, Juliab, quedó amor sin amor y todo por culpa de su padre, que en vez de dar suerte en el amor, quedó amor sin amor, por el resto de la vida. Cuando en el altercado frío de la verdad, su padre, le confesó algo antes de morir. Y fue su última pena. -\"Ay, Juliab, es mi condena lo que te hice hace tantos años, que no tengo perdón, pues, a mí me pasó lo mismo con tu madre, por eso nunca te dije nada, un día amándonos en esas mismas caballerizas de tu abuelo, nos encontró tu abuelo, y también desnudos como tú, pero, a mí me obligaron a casarme con tu madre, es una condena que llevo yo en mi conciencia, y te dejé amor sin amor\". Juliab, lloró a su lado y en su lecho de muerte, expiró su padre. Y, Juliab, ¿perdonó a su progenitor?, pues, sinceramente que no. Porque cuando ella se levanta arrodillada del lecho de su padre, fue cuando no lo perdonó, pues, quedó con esa marca y con esa herida y más que eso con una cicatriz en su mundo y más en su corazón. Cuando en el embate de dar una tristeza en el alma de Juliab, si sólo halló y encontró lo que nunca un sólo dolor mísero, mezquino y con insuficiencia. Si Juliab, era sólo una mujer de más de cuarenta años, sin plena edad fructífera sino una edad en que la vida ya era para obtener el fruto de la vida misma, la cual, no le dio jamás desde ese bochornoso instante. Y, Juliab, sólo quiso en ser como el debate o como la misma vida, en que se fecundó más un sólo corazón que quedó solo en la vida y porque así lo requirió la vida, cuando su corazón no volvió a amar frustrando la vida con ese vergonzoso momento. Cuando en el arte de la vida misma, y en la vida quedó en una vil y terrible soledad y tan amarga como la vida que quedó en Juliab. Porque en el delirio frío de ese invierno que ya casi caduca y con los celos del alma se vio fríamente indeleble como la raíz de su corazón en el lecho frío como un amor sin amor. Y muere el padre de Juliab, dejándola fría, inerte, inmóvil, y más siendo un amor sin amor. Cuando en el lamento de la vida misma, se vio álgida y tan gélida como el mismo hielo en el refrigerador, pero, su alma quiso volar como aquellas mariposas en que Juliab, veía con sus ojazos de miel en el atardecer cuando adolescente y hallar el amor verdadero ya con su padre muerto. Como cuando amó a ése jovenzuelo en las caballerizas de su padre. Y recordó todo, una y otra vez, una y otra vez, y sólo quiso retroceder el presente, el cual, no pudo nunca ni jamás se pude describir algo así. Porque cuando en el instante en que se desnudó en compañía de ése mozuelo que ella amó con todo el calor y la pasión de su propio corazón, y, sí, que se desnudó dejando entrever la riqueza de la pureza de su alma vio que quedó el alma rota y sin más compasión como la verdad impoluta. Cuando quedó como órbita lunar atrapando a su cuerpo desnudo de ansiedad y de pasión desnuda calurosa como la pasión llena de compasiones cuando su padre la halló desnuda y frente a él mismo. Cuando en el trance de la verdad quedó solitaria como la rosa marchita, como el sol en tormenta, como la primavera sin rosas, como el verano sin playa, como el otoño sin hojas y como el invierno sin calor. Y se llevó la esencia en presencia, sin ausencia como el presente en que caducó el tiempo y para amar, en que Juliab, quiso amar, pero, lo dejó para muy tarde. Porque cuando su padre la halló desnuda frente a ese chico y que por cierto también estaba desnudo entre las caballerizas de su propio establo de caballos, y quiso arrancarle la piel, sólo dio alaridos y no habló jamás de eso con la niña Juliab, porque en verdad que a él le ocurrió lo mismo, pero, con un desenlace más crudo y más real que lo que le ocurrió a Juliab. Esta noche se despidió de su padre que aunque lo odiaba en su profundo corazón, lo amó hasta el fin de sus días. Porque en el desenlace cruel de la vida, y de una solitaria insistencia para con ella en la vida misma, esa noche volvió a desnudarse lo que la llevó a un trayecto perfecto en la insistencia de la amarga soledad y de quedar con un solitario corazón vehemente pasional y tan sensual como la vida en que está por culminar de Juliab con amor o sin amor. 

Solamente el pasaje de ida y sin regresos la llevó a tomar el tren de la vida, cuando Juliab, quiso buscar al amor de su vida y tomó rieles que la llevaron a la ciudad, sí, en busca de ese jovenzuelo de su adolescencia, cuando amó al desnudo en las caballerizas del establo de caballos de su padre. Tomó dos trapos de ropa, y cayó montada entre los rieles de un tren que la llevaría donde su único amor, el jovenzuelo que siempre ella amará. Porque en el trance de la mágica verdad se vio adherido su corazón al corazón de ése jovenzuelo que Juliab amó verdaderamente. Y el cielo invadió lo que un poeta sabe hacer: escribir poesía para el cielo donde la luz es energía como la luz que lleva por dentro. Cuando en su afán de creer en la dirección que lleva ese tren dirigido hacia el norte como una brújula en que se dedica en llevarte hacia el norte siempre al norte. Y la brújula que la lleva hacia el norte se percató de que estaba rota como rota su alma, roto su corazón y roto el camino que la llevaría hacia el amor verdadero con ése jovenzuelo que Juliab amó con el corazón. Porque cuando la verdad de que su mundo se enfrío como el invierno que pasaba, si en el trance de la verdad el tren la llevó hasta el fin del mundo. Cuando, de repente, se vio fría y álgida como esa primavera en que la llevaría hacia donde se halla su amor. Sólo, Juliab, sabía una cosa y era de que en ese mundo su propio mundo tenía en amor clandestino a su único amor y a ése jovenzuelo en el que Juliab amó con todo el amor de su propio corazón. Y subió al tren y se dirigió hacia el norte llevando en su insistencia la presencia de un amor en el sólo corazón. Cuando en el alma de Juliab se debió de creer en el alma solitaria y sin compasión alguna, cuando en el trance de la verdad se dedicó en ser como el alma desierta en poder sentir la paz de su propia alma cuando en el trayecto del camino se vio fríamente indeleble como el ir y venir lejos y con esa brújula que le indica camino y más el norte. Y caminó lejos sintiendo en el alma un deseo en no quedar sola y solitaria en la terrible soledad. Si cuando en el tiempo y más en la osadía de creer de que el jovenzuelo aún vivía, pues, quedó maltrecha y con un sólo suburbio dentro de su propio espíritu, cuando en el alma de Juliab da alaridos y ululando de gritos y tan desesperada en hallar a ése único amor en su propio camino y en su destino frío. Cuando arde en el camino un norte en el que el deseo se convierte en sensibilidades y por una rica conmísera existencia. Y se dedicó en fuerzas atrayentes en poder creer en lo automatizado de la aventura por hallar y buscar y encontrar a ése amor de Juliab. Y quiso en ser la mujer con fuerzas y con una destreza fría y llena de experiencia, pero, aunque era un amor sin amor, ella, petrificada en el tren en el norte del camino y del destino se vio gélida y tan inconsciente y sin poder saber su dirigido camino en el que le había indicado en el pueblo de que ése joven se había marchado desde hace mucho tiempo hacia el mismo norte de la ciudad. Porque cuando en el tiempo y más en el único instante en que se ve el reflejo en el espejo, se sintió como la misma magia en el corazón dando latidos por hallar a ése amor verdadero de Juliab. Y Juliab con rosario en mano, si lo rezó como cuatro veces de camino del pueblo hacia la ciudad. Y le pidió tanto al Cristo divino que Juliab cree que se lo concedió. Y, Juliab, le concedió una promesa al Cristo divino, de que si lo encontrará sólo le rezará diariamente un rosario. Y, sí, que lo quiso hallar y entregarse a él nuevamente como tan desnuda es la vida, el amor y la pasión y el coraje para amar. Cuando en el delirio sosegado de la vida y de la existencia de ver en el camino por la ventana del tren, un pasaje de ida y sin regreso alguno por hallar lo que busca. Cuando en el embate de entregarse y de creer en el alma desierta se vio y se sintió tan desnuda como las veces en que lo hacía en la hacienda de su padre. Cuando en el ocaso de ese atardecer vio a sus ojos de miel con el flavo color de ese mismo atardecer en que ella cree y siente que nunca ha pasado otro atardecer en su vida más que ese cruel y vil atardecer cuando amó verdaderamente a ése jovenzuelo entre las caballerizas del establo de caballos de su padre en la hacienda. Y ese atardecer lleno de luz enérgica y tan electrizante, sólo quiso en ser como la magia y la aventura en ser como el deseo ambigüo, pero, tan continuo en su mente y en su memoria y más en la historia de su existencia. Y Juliab, corriendo de tren en tren, hasta poder llegar al norte, si era el amor sin amor, que quedó ella sintiendo en su esencia y en su presencia la solitaria soledad que le quema hasta el alma y en cuestión de una imposible muerte quedar sola hasta poder morir y eso era lo que no quería ella, morir sin amar y sin ser amada. Cuando en el recelo de la vida, Juliab, se vio como el aire o como el viento y tan álgido como el mismo hielo, cuando quedó ella en el mismo refrigerador. Si cuando en el instinto revuelo de poder volar como aquellas mariposas de aquel atardecer, si Juliab, las miraba cuando se encontraba en plena adolescencia quedó queriendo volar lejos de allí de ese tren que la ahoga cuando no logró llegar al norte. Cuando en el trance de lo perfecto, cuando logró llegar al norte, y subió por una ladera y tan pedregosa la pendiente que sus zapatos se rompen en pedazos, pero, aún así continúo. Y logró arribar al norte de la montaña y allí había una casucha llena de animales, pues, abandonada se hallaba. Y le pregunta, a los campesinos lejanos de la ciudad, hacia el norte si siempre era el norte. Y llegó por donde van los emigrantes y en verdad que no era allí, si era al norte nada más que al norte. El tren sólo dejó a Juliab, en una estación del tren donde el camino comienza y no termina, donde era el norte y no el sur. Hasta allí la dejó el tren. Un pasaje de ida y vuelta sin vuelta ni regresos. Y necesitaba un baño, por el cual, su cuerpo lleva una hediondez que ameritaba un baño y urgente. 

Juliab vió un hotel en el norte, y sí, que era el norte, pero, ella cree que allí no está su amor verdadero. Y llegó al hotel, sí, siempre al norte. Y tomó agua fresca de la tinaja o de la vasija, cuando en el trayecto en poder darse un baño, sólo se vio con un mal olor que por poco se desmaya por tanto sol en el norte, sí, siempre en el norte. Y en ese anochecer pagó por una habitación en ese pobre hotel, en medio del norte, sí, siempre en el norte. Y Juliab, se despoja del pantalón y de la blusa de algodón, cuando en el momento se debate entre la razón y la locura una pérdida como en el juego del ajedrez, cuando al fin y al cabo, sólo gana un ejército. Y, cree, Juliab, que no encontrará jamás a su verdadero amor. Sí, en el norte, si va siempre al norte, si en el norte se halla ése amor. Y, Juliab, despojó de todo dejando su silueta al desnudo, como en la hacienda de su padre. Si, Juliab, con rosario en mano deseando amar se acercó a la bañera desnuda y allí bañó lo que llaman bañar el cuerpo. Cuando en el trance de la verdad y tan mágica, como el haber sido Juliab, dejada como amor sin amor. Y, Juliab, bañando su cuerpo y su hediondez, se desnudó, sí, en ese barato hotel, donde estaba a la deriva de cualquier hombre, pero, eran sólo campesinos de buena estirpe y que la ayudaron mucho en hallar a ése joven. Cuando Juliab, quiso arrancar y atrapar el deseo en volver amar, y quiso y pensó e imaginó qué sería de aquél mozuelo que amó con toda su alma. Cuando realmente debió de creer en el corazón y lo que le dicta el corazón a Juliab. Y persiguió su pensamiento y prosiguió pensando qué haría sino lo encuentra al norte, sí, siempre al norte. Cuando en el reflejo del espejo, se ve Juliab, como toda mujer en busca de un hombre y como toda mujer como amor sin amor. Y se fue por donde se siente el deseo y la fuerza de entregarse desnuda, cuando en su afán de la locura por la desnudez en saber que su desnudez lo era todo. Cuando Juliab, sabe que el deseo es ambigüo, pero, muy continuo. Cuando en su fuerza no se debilita como en el corazón un solo amor, pero, sin amor, quedó Juliab. Porque cuando Juliab se enreda como el corazón amando, sólo se fue por donde el tren la había dejado en la estación. Y nunca más supo que no era del norte su pasaje en el tren, sino que se halló en el sur y no en el norte. Quiso subir al tren y desatar la euforia de encadenar su insistencia cuando en el alma quiso hallar a ese amor a toda costa. 

Y, Juliab, quiso en ser la mujer que busca a ése hombre, el cual, no dejó terminar la relación aún. Cuando, Juliab, se dio ese baño en la bañera dejando atrás su hedor de mujer en busca de ése hombre, el cual, ella ama. Y se desnudó la piel, y más su cuerpo en esa bañera dejando atrás dolores y conmísera insistencia, cuando su ausencia quiso debatir una espera por ése hombre. Si, Juliab, quiso en ser como la vida misma, o como el mismo dolor fuerte, pero, tan real como la espera de ése hombre, por el cual, Juliab, ama vehemente y con una locura desastrosa. Y desparramando el alma quedó Juliab, en busca de ése hombre por el norte, sí, siempre por el norte. Cuando en el alma de Juliab se vio como tan fría como el desastre de creer en el trance mayor de caer en el imperio de sus ojazos de miel con ese atardecer en flavo color. Cuando en el alma de Juliab se vio fríamente en el ocaso vivo de creer en el atardecer de ese día claro de nubes sin tormenta. Cuando Juliab, quedó como un sol sin sol, cuando descubrió la verdad de que el instante no era norte sino sur. Si en el instante ocurre el deseo de envenenar la vida de un sólo tiempo, en que las hojas de agosto cayeron por mandato del viento. Cuando en el embate de dar con la vida, se vio fríamente en la búsqueda de ése hombre, en que se lleva la razón y toda locura también en que se convierte la vida en una cosecha de rosas, pero, en otoño marchitan y caen pétalos como el ir y venir tan lejos. Y quedó Juliab, como el ir y venir regresando en el tiempo del norte al sur y del sur al norte. Sólo supo de su existencia cuando en el embate de dar con la única verdad de que su amor no se halla allí, sólo buscó una certeza de abrigar a su alma, con el calor de la piel, con el cuerpo desnudo sintiendo aquellas caricias como en las caballerizas del establo de caballos cuando se amó con ése mozuelo. Si Juliab, fue de norte al sur y de sur al norte en busca de ése hombre, cuando ocurrió el bochornoso instante en que su padre la ve con ese amor y desnuda en las caballerizas con ése mozuelo. Y se fue de un lado a otro cuando en su locura quiso entregar el corazón cuando en su delirio frío como ese invierno que esta a punto de llegar, la abrigó, otra vez, con su desnudez y las caricias de ése mozuelo, cuando albergó una locura en la mente y en la historia de ése amor que en cada razón se pierde yá.

Si Juliab quedó como un rinoceronte en un lago de lodo en vez de agua cristalina. Cuando fungió y se funde el deseo en el alma de Juliab, como órbita lunar atrapando el fulgor de un sólo dolor. Y se fue al norte, sí, del sur al norte, y del norte al sur en busca de ése hombre, el cual, ella no caduca en la espera inesperada de creer en su regreso. Cuando fue el ingrato momento como una mentira en que se estira la verdad más impoluta. Como cuando en el aire y en el viento sosegado y más con el deseo se convierte en un sólo cuerpo y es el deseo más venenoso donde no caduca tiempo, sino que la desnudez conlleva una fría atracción en que el alma se da como un instante sin poder perder la locura en volver amar. Cuando Juliab, se aferró el mal deseo de envenenar hasta el alma de un ocaso en que se volvió el atardecer en los ojos de miel de ella. Y, Juliab, creyendo en lo peor, caminó por el monte y conoció gente. Y en esos ojazos de miel la calma, la piedad y la plenitud. Cuando albergó una locura en razón, cuando en la dirección se dirige en calma al norte, sí, siempre al norte. Sólo penetrando en la conmísera actitud de la vida misma, Juliab, cayó en un sólo trance de la verdad. Y nunca y jamás logró hallar a ése hombre, ni en el norte ni por el sur. Y quedó Juliab faltando a la vida misma, cuando no logró hallar a ése hombre ni en su propio corazón amando como nunca. Si, Juliab, quiso albergar frutos, de los cuales, nunca dio el menor grado de dificultad cuando en su afán de creer en el alma rota y compungida, sólo se electrizó la forma de amar como en aquellas caballerizas del establo de caballos de su padre. Y tan herida como la vida misma, quedó en una caja de pandora abriendo siempre la misma puerta y ventana donde el alma de Juliab, quedó como un tesoro escondido. Y tan prohibido fue su vida que en un sólo mal trance de la vida perfecta. Y tan recta fue aquella directa y tan sosegada y sollozando en el tiempo, sólo quedó Juliab, atrapando una luz de luna, cuando en el tiempo, sólo caducó en el anochecer un sólo deseo. Cuando ingrato fue el tiempo, y en cada recelo de la vida misma, quedó Juliab, como un instante en que se funge como el mismo dolor. Si en el alma de Juliab, vivió como se vive en la descendente calma y en la intranquilidad del anochecer un espíritu como el mismo hielo.                        

Y en ese barato hotel del sur, porque era del sur y no del norte. Si se electrizó la calma, y un enredo de tiempo, y de un seguir desnudando a su cuerpo, de dolores y de intranquilidades inseguras. Cuando en el albergue autónomo en dar una virtud, figuró como el mismo instante en que sollozó tanto que dejó marca en la alfombra de color. Si no halla lo que quiso hallar a ése hombre del cual ella se enamoró tanto que prefirió perseguir después de tantos años de espera y tan inesperada. Ya Juliab tenía más de cincuenta años, cuando en el alma y en el combate de ofrecer una virtud se enredaron sus deseos con la desnudez. Cuando en el alma hechiza como lo que realiza Juliab, una búsqueda y un frío desenlace en que ella quedó como amor sin amor. Y doblegó la vida, el carisma, la calma, la búsqueda, y el deseo de encontrar y hallar lo que más anhela Juliab, a ése hombre, por el cual, ella quedó como amor sin amor. Y, sí, que era buena, como la rosa sin espinas, y como el cielo lleno de nubes blancas como el algodón y como la primavera llena de flores y de olores gratos, pero, sí, era tan buena como un sólo amor, pero, sin amor, que le brindara amor de hombre. Y, Juliab, maltrecha, desolada, y solitaria, como la terrible soledad llegó a la hacienda, otra vez, del sur al norte, y del norte al sur, cuando se electrizó la forma de ver en el cielo una nube blanca de algodón, como su camisón de noche, como su piel, y como la luz de luna nácar. Y se atrevió a desafiar el mundo, al juego del amor y más que eso a la innata conmísera de su propia vida. Y de esa existencia sólo le quedó una sola verdad y tan impoluta en haber buscado a ése hombre, el cual, no regresó a los brazos de Juliab. Cuando fingió como la manera más vil, de la forma más eficaz, y del tormento más irreal en el mismo cielo, sólo creyó en el alma fugaz buscando una sola verdad de que su búsqueda era tan real como ese mismo cielo. Cuando Juliab, quedó como un sólo tiempo, en que se amó como nunca entre aquellas caballerizas de establo de caballos de su padre. Cuando, Juliab, tiene más de sesenta años, y ya no le queda más vida que la misma muerte que le persigue, como una vejez que ya le llegó en su cuerpo y más en la vida. Y, Juliab, calmada, sosegada y sollozando a la vera del sino, cuando en ese destino quedó maltrecha, desolada, y en total soledad y tan solitaria como la rosa en otoño despojando pétalos, los cuales, se parece como desnudar el cuerpo de Juliab. Cuando en el trance de la vida, quedó en viceversa, como sentir que esa rosa en otoño llega a primavera, sin perder ni un sólo pétalo, como que en su cuerpo desnudo llega a primavera, sintiendo que la vejez nunca le llegó con aquel susto cuando su padre la vio desnuda y con aquel mozuelo amándose. Si fingió como el tormento de una lluvia en su corazón, con la fuerza en querer forzar al corazón a amar, pero, quedó como un cálido amor sin amor. Y así fue calmando su camino intransigente y lleno de espinas dolorosas como la rosa dejando pétalos en el camino. Y así fue la vida de Juliab, y queriendo romper con la soledad y siendo tan solitaria con la vida de Juliab, quedó mirando al sol, como una vez nunca llegó la tormenta a su corta existencia. Y, Juliab, arribó a la edad de setenta años, forjando el dolor, la vida y la misma presencia, cuando quiso entregar dolor y frío y por un álgido momento en que se sintió ella tan desolada, solitaria y en la más terrible soledad, cuando en el afán de querer amarrar a su vida de virtud y fuerzas sólo decayó en una fuerza en que sólo la apoyó el deseo y el amor en sus venas llenas de un amor. En un sólo atardecer se vio fría y tan álgida, cuando en su recuerdo se vio indeleble como el frío, adyacente como la misma pasión que le llama en ser como ninguna y con sus ojazos de miel, miró a ese atardecer en que amó más la muchacha de ojos de miel. Y, sí, que se miró tan lejana, pero, tan cerca a la vez, y quiso en ser como la premura o como el mismo momento en que amó a ése mozuelo entre las caballerizas del establo de caballos de su padre. Y, allí encontró una carta escondida entre las pajas y que le dice -\"te amo Juliab, pero, sólo fue un juego de amor…\"-, y entró por la puerta de las caballerizas del establo de caballos un hombre de edad y, sí, que era él, y Juliab, de la emoción muere como la rosa marchita, como una luz de luna nácar, y como la tormenta con el sol, y dejando estéril el corazón se fue del mundo, buscando un norte y no un sur, buscando a su amor y desnuda como la desnudez en transparencias y tan translúcida quedó Juliab, maltrecha, desolada, y en solitaria voz y que le murmuró al oído, -\"amor sin amor\"-, y sus ojazos de miel en pleno atardecer quedaron por siempre allí mirando a su padre cuando la descubrió, amando y desnuda como la rosa marchita y sin pétalos, Juliab. Y su desnudez cubrió las montañas, el norte y el sur, y con su camisón blanco recorrió por las caballerizas del establo de caballos de su padre. Y quiso en ser como aquellas mariposas, pero, en el atardecer volaron hacia el norte como una vez, Juliab, quiso y voló como ellas.  



FIN                                                          

Por: Srta. Zoraya M. Rodríguez 

Seudónimo: EMYZAG