Cuando, por fin, tuve un descanso
fui paseando por el parque, bajo
la tenue luz de una luna creciente
empavonada por ligeras nubes,
en cielo fascinadas del suave hilo,
de cuyo otro extremo, irreal,
alguna estrella en hado, las sujetaba
Luces ambarinas de la urbe durmiente
emulaban una apariencia tridimensional.
Tardíos viandantes regresaban impávidos
perseguidos por su recónditas sombras
Un banco próximo acomodaba una mujer,
la cabeza entre las manos, sin rostro,
osaba meditar inclinada hacia delante
No me atreví a decirle nada, pero
la casualidad ideó que mi móvil
cayera al suelo, justo delante de ella
Casi coincidimos nuestras manos y
adelantándose ella lo cogió, ¡me miro¡.
En su rostro húmedo del llanto, triste
de sublime melancolía, me dirigió,
con la voz entrecortada: ¡disculpe!
¡es su móvil!. Yo lo acepte. Di las gracias.
Reanudé mi camino, me volví a preguntar
¿Necesita ayuda, puedo hacer algo?
Le ofrecí mi mano y ella aceptó,
mas, sin palabras recorrimos la avenida
hasta un café cercano. Ambos conocíamos.
Surgió una amistad y, ¡ahora recuerdo!
¡Hace diecisiete años, quedamos en vernos!