Sucedió el día que despertó la locura
completamente vacía junto a
la imaginación.
Era lugar donde, por costumbre,
solían planear las inocentes ocurrencias,
todas las ideas y la infinidad
de lo posible; ese lugar donde, a veces,
se dejan ver las balaustradas que todo desierto tiene y,
donde los dioses todavía se entretienen
al recordar los olvidados
días de su crueldad divina,
sus burlas y desprecios hacia las
absurdas vestimentas de los
primeros difuntos y donde
lloran también cuando les da por
añorar el rastro de las
remotas miserias que siempre dejaron
tras sus innumerables abandonos.
Aquel día, ciertamente,
el mundo comenzó a
ignorar, despreciar y olvidar a
los dioses.