No me duele el infortunio,
asumir que he fracasado,
ni me pueden las cadenas
que me tienen condenado.
No me socorre el pensar
que la vida he malgastado,
lo que me acerca al dolor
es saberme traicionado.
No regreso al sopesar,
si lo dicho fue silencio,
y me veo en correrías
por caminos polvorientos
que me callan las palabras,
nunca dichas, nunca a tiempo,
porque no quiero pensar
que ante ti hoy me arrepiento.
No sonrío, sino lloro
en tus brazos sin calor
que atenazan al valiente
y al soldado con honor,
ya no sufro por la vida
pues la vida me pagó
con monedas falseadas,
con monedas de traición.
Yo lo di, creo que todo,
por una simple quimera,
yo creí que era real,
creí que era verdadera,
pero estoy donde ahoga el agua
de regar mi propia tierra
y crecer, creció una mata
del color de la tristeza.
Tengo llagas en la piel
y en los ojos agua tibia,
por mirar y por no ver
la verdad de una mentira.
No me abruma conocer
y saber que no era dicha,
yo lo quise y ella fue
quien borró toda sonrisa.
Poco es de lo que dispongo
y lo dispuse a sus pies,
ahora sé que todo es poco
porque todo se me fue;
ya no queda más que el polvo
como restos del ayer,
manipulaste a tu antojo
mi destino y mi querer.
Podré recordar con llanto
lo que fue una fantasía,
podré envolverme en el manto
rugoso de la agonía,
quizás volver a aquel banco,
quizás pensar que eras mía,
podré recobrar tu mano
como la sostuve un día,
pero pagar un amor
con ufana altanería,
regalar besos de ardor
tras un velo de falsía;
¡no es un juego!, ¡es traición!,
y quién tuvo esa osadía
no merece ni un perdón
ni merece esta poesía.