Se quedó conmigo la espina
inagotable del silencio, la rosa viva
de mi naufragio,
el amor que podría haber
incendiado una ciudad
y el odio engalanado
con su ventana oscura
por donde pasan las almas tristes.
Y desde entonces solo sé de la noche,
con sus huesillos delirantes
que se mueven con el frío
y palpan las sombras que van en el cuerpo mío.
¡Padre mío! Que estas de costado
a mi suerte,
de perfil a mis angustias,
ahora que mi corazón
es como un río mudo, sin agua
que nada tiene.
¡Señor mío!
Quiero dormir entre las sabanas del frío,
hoy que el aire es hielo
y los pájaros del luto llegan
en bandadas a mi soledad.
Déjame existir entre los recuerdos
hasta el día que te acuerdes de ser Dios.