Avanzo y luego, me paro.
Veo la naturaleza,
hermosa como ninguna
mostrando sus verdes hiedras
y aquel río cristalino
cuando alegre serpentea
a tono con pajarillas
que van volando en la sierra
y de aquellos matorrales...
¡Qué salen corriendo yeguas!
Siguen mis ojos cautivos
e inventando unas quimeras
en el bosque nebuloso
que imagino con veredas
serpenteando en la grama
en medio de aquella selva
que me lleva a los lugares
donde mi cabeza sueña.
De pronto, miro a lo lejos
abundancia de maleza
la que con el viento danza
aunque luego quede seca
por los rayos penetrantes
del astro rey que alardea
con su luz que muy radiante
en lugares mucho quema;
pero luego reverdecen,
cuando el cielo llora y riega.
Me dirijo hoy a las costas
a jugar con las arenas
y las aguas de los mares
a la luz de las estrellas
en aquella noche sacra
esperando una sirena
como el cuento que los niños
en las noches siempre esperan.
Y las olas, complacientes,
dan su canto que hasta truena.
Y de pronto a la laguna
voy por una carretera
que se extiende por parajes
que en la vida se reflejan
cuando vienen los recuerdos
de las bellas cordilleras.
¡Y en El Salvador resalta,
verde Sierra de Apaneca!
Voy llegando a mi destino:
la laguna, de Olomega,
que también tiene paisajes
donde se alivian las penas
porque fueron los lugares
que ocuparon razas Lencas.
¡Y cuánta basta hermosura,
nos regala este Planeta!
Sierras, lagos y lagunas;
ríos, mares, cordilleras;
flores, lluvia y animales;
nube y cielos con estrellas;
vientos, aires y frescuras;
llano, estepas y praderas;
frutos ricos y semillas
que alimentan las cosechas.
Y sigo aquella vivencia
con emotiva certeza
que la Pachamama es dulce
que la Pachamama es tierna
que es un don para la vida
porque frutos nos entrega
y por ellos subsistimos.
Pero saben, ¿qué molesta,
al mirar árboles muertos…?
¡Qué destruyan esta tierra!