UNA CARTA PARA EL OLVIDO
No sé donde ni con quien estas,
y, esta carta la escribo, no para ti, no para reprocharte el dolor que me ha causado tu partida,
tal vez escribo para guardar el estremecimiento de angustia, que agitó mi ser en las horas amargas en que me regalaste tu ausencia.
Será como un eco del clamor sin ilusiones, que murió en mi corazón ante las alas trágicas de tu adiós, de ese cruel adiós que casi me causa la muerte.
Hoy mis parajes son tristes, y solo veo sombras devorando el contorno de las cosas, todo es tan gris... Todo tan oscuro…
Hasta los rosales, ayer tan floridos, hoy se agotan macilentos, carentes de perfume, y sus rosas nacen enfermizas, descoloridas, marchitas, y las aves, con sus alas doradas, no cortejan en sus vuelos sitibundos, todo se ha vuelto triste, todo está cambiado, y los arbustos que ayer con su verde ramaje cantaban al sol, hoy lucen melancólicos, como heridos de soledad triste y doliente.
Mucho te amé, y, hoy, como una canción de dolor, como la estrofa triste de algún poema de amor, llegaron a mi memoria los recuerdos de ese idilio de amor, cuando todo era primavera, cuando el sol de tu amor, llenaba de calor mi vida y el paisaje se envolvía en una feria estival; qué hermosos momentos poblaban aquellos bosques con tu amor maravilloso. Hoy mi corazón se estremece al contacto de aquel recuerdo, cuando mi alma, como un jardín virginal, abrió sus rosas púrpuras, y la rosa del amor nació en ella, ¡cómo le cantaba al amor! Como mis poemas ingenuos, inocentes, mis rimas incorrectas y apasionadas, hechas de amor ardiente, volaban como jilgueros blancos en el jardín de tu alma.
En ese ensueño transcurría mi vida, y así seguía mi ruta de esperanzas, en el país azul de la quimera, y sentía que tú habías bajado hasta el portal de mi soledad para decir: yo te amo, y las aves y las flores, y los astros, todo cantaba al amor, y tú vivías dentro de mí, frente a mí, y tus alas amadas lo llenaban todo.
Hoy mi alma está desnuda, vacía de ti, tan desnuda como un jazmín abierto en el candor de la noche, desnuda como el beso de las olas sobre una playa vencida, y tan inmensamente triste como la queja de un ruiseñor enamorado de una estrella.
Te fuiste, y me diste a conocer el dolor por primera vez, su horrible rostro se reflejó en tu cruel adiós.
¿Recuerdas cuando te conocí? Fue en los esplendores de una tarde de verano, cuando mis ojos te vieron por vez primera, te confundías con los colores del paisaje, qué bella te veías, con una belleza de diosa griega, cuál si salieras de un cuadro de devoción, como una hermosa flor de primavera; caminabas como al descuido, soñadores tus bellos ojos, pensando quizás en cosas lejanas. Y yo me preguntaba ¿Quién era ella? ¿De dónde salió esa flor radiante y llena de una belleza sin par? Tú encarnabas todo el ideal, toda la poesía y todos los deseos juntos, y mi alma se alzó como plegaria de adoración, llamando ese sol desconocido que acababa de ver, y te empecé a querer, y mi corazón clamó por ti, y tuve la sensación de que mi alma se ahogaba en ese océano de belleza que irradiaban tus ojos, y un inmenso amor empezó a nacer en mí.
Todo ha quedado muy lejos, todo se ha esfumado, se ha borrado, ha desaparecido en los horizontes de tu cruel adiós, como desaparece el gesto de felicidad que hacían brillar mis ojos.
Hoy te confieso que he llorado ante tu recuerdo, con un llanto amargo, pensando en el horror de mi vida solitaria, en mi destino incierto, en este laberinto de dolor que no tiene otra salida que la locura... O la muerte...
Ya perdóname esta carta, aunque sé que nunca la leerás, esta se perderá en el vasto y melancólico horizonte de mi vida, o la guardaré en el fondo silencioso de mi corazón, hasta el día que vuelva a ser dueño de él, porque aquella que me vio vivir, no será la misma que me verá morir.
KIN MEJIA OSPINA,