Estrecha y empedrada
la calle, fiel espejo
de la luna plateada
que posa su tímido reflejo
sobre la gitana callada:
morena tiene las mejillas,
sin mácula ni espanto,
son como dos orillas
de un escueto río diáfano
que no riega plantío ni pasto
y solo fluye sin descanso.
Desemboca la corriente
en dos labios de carmín
que exclaman muy fuerte
\"¿Quién me querrá a mí?\".
Llega la gitana al pozuelo,
donde desciende su lamento
para subir al corazón yerto,
derrumbado, frágil y casi muerto.