Berlioz le hace una composición al Fausto de Goethe y se la envía, el alemán la rechaza a instancias de su amigo compositor, que le predispone en su contra. Después de pagar por publicarla recorre Paris para exterminarla rompiendo todas las copias existentes. Esta era su opus 1, por ello llamó a la siguiente composición opus 1 en vez de 2. Tuvo vergüenza de ella.
Sí, me dio vergüenza mirarla,
recorrer toda su escritura pautada,
musicarla en mi cabeza, me gustaba,
verificar mi ingenio depositado
en ella; todo para hacerla gurruño
y tirarla a la papelera.
Mi admiración hacia él era eterna,
un dios era en la tierra, un heresiarca
que se atreviera a violar todas las leyes,
todas las naturalezas euclidianas y no tanto.
Mi intención era bondadosa, buena
de buena bondad pero él, en su pedestal
de plata divisaba las golondrinas, y hablaba
con ellas en su mismo lenguaje e idioma.
Vivía tan por encima de mi existencia
que por mucho que alzara el cuello
era inútil, seguía viendo pedestal
sin ver cabeza y tronco, sin ver su ceja
pronunciarse sobre todos los escritos
y pensamientos de su época y sancionarlos
de muerte y escarnio como rey que era.
La obra —a mi modesto entender— grandeza
guardaba y digna la consideraba de él.
Ahora, cuando la historia ya en los anales
quedada y olvidada, si de seguro viviera
y hablara con sus adláteres de pacotilla
y ya conocieran de mi renombre y nombradía,
saltaría de alegría ante tal dedicatoria,
no alzaría el hombro para mirarme hacia abajo
como entonces me miraba, sino que forzaría
también su cuello para abarcar mi grandeza.
La Historia —y con ella su socio el tiempo—
pone a cada cual en su lugar y a los hechos
les concede el peso que la importancia presta.
Tuve que residir en Paris durante una semana
para dar muerte precisa a la obra y descomponerla,
que desapareciera rastro alguno y no quedara
una sola copia, una sola nota al aire
que pudiera ser rescatada para oprobio propio
y perdición de mis descendientes, una deshonra.
Creo —según aseveraciones de mi editor—
conseguir el reto, una hazaña que no es moco
de pavo; Paris, una ciudad de tal populosidad
limpia de ella y del infame que representa.
Perdiste tu oportunidad de gloria...