Me pasaré la vida,
estos jirones que me quedan de vida,
besando a cualquiera
y dejando que cualquiera me llegue a los labios,
y pisotee con furia toda mi saliva.
Me dejaré vencer por el deseo del desconocido
que llega haciendo su papel de seductor,
y sin piedad, le haré creer que lo ha logrado.
Me llevará a su casa y un tren imparable
me pasará por encima,
y hará temblar los rieles de la cama.
Seguro tratará de confortarme, llevándome
cinco minutos a sus brazos,
o quizá sean solo tres, los minutos que le demos
al romance imaginario, antes de despedirnos
y luego recordar que ni los nombres nos pedimos.
Y vendrán más trenes,
arrollando sus caminos en los míos
de ida y vuelta.
Y mentiré, sobre todo,
o más que nadie, a mí misma.
Me haré añicos el olvido,
porque cada beso extraño
me sabrá a ti,
cada mano insoportable,
tendrá tu textura en mi cabeza.
Me veré en las pupilas
de unos ojos que no quiero,
y cerraré los míos
y encontraré el verde de los tuyos
y perderé la cuenta de los días de tu ausencia.
Y te odiaré,
más que nada, me odiaré.
Y en esa rabia,
te seguiré buscando en cada tren.