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Bajo la luz de la tarde
la lluvia cae despacio,
como cruzando el silencio
con su susurro de barro.
El viento agita las hojas
en la medida que el llanto
arrecia. Nada se escapa;
ni las raíces ni el tallo.
Todo queda suspendido
a merced de un tiempo en blanco
donde la niebla sostiene
mi espíritu como un árbol
en esa especie de sueño
esperanzador, nostálgico,
donde cortezas y ramas
se deshacen en las manos
que tejen hilos de ausencia
con el otoño en los labios.
Donde nacen los recuerdos
quedan mi ser y mi canto
para pedirle a la vida:
Déjame apurar el trago
y saborear la copa
lentamente, año tras año,
antes que todo termine
y se abra en el cielo un claro
por el que el sol, de repente,
asome un tímido rayo
para marcar el final
del futuro y del pasado.
Hoy despierto, soy presente,
una lágrima a tu lado,
la alegre melancolía
de un amor real, humano.
Como esa gota que inunda
y se desborda en los astros
para caer a la tierra
y regresar a mis párpados
y, así, poderte decir
de otra forma lo que callo.
Son tan solo cinco letras
y ¡cuánto cuesta expresarlo!
De forma que me comprendas.
Por más que nos llueva... ¡Te amo!