La llama de su cuerpo no se apaga,
más siente que nada le pertenece,
mientras las jacarandas ensombrecen
la estadía de la sensible náufraga.
¡Maldita sea la aurora que embriaga,
reparte riquezas y la embellece!
En la ciudad vibrante, enmarillece...
más se sostiene firme y no divaga.
¿Quién contemplará su extensa belleza,
si corren agachas con sus teléfonos
ocultándose en falsas gentilezas?
Sumida en el infalible abandono,
halla en disposición de la nobleza
la finura del vínculo grandísono.
Galilea R.