La miré sin mirar; con la mirada
que dibuja de amor febril silueta;
la miré con el alma del poeta
cuyo verso es torcaz enamorada.
Le entregué devoción apasionada
con la mística digna del asceta;
que abandona su fe de anacoreta
por divina ilusión de luz bordada.
Pero infiel al amor que le ofrecía;
de manera mordaz y traicionera,
con ingrata y terrible felonía
destruyó de mi amor su gran quimera;
pero ahora su sombra de falsía
al olvido enviaré, para que muera.
Autor: Aníbal Rodríguez.