Joseponce1978

El llanto de la resignaciĆ³n

Los niños no saben fingir el llanto, y pueden llorar por una rabieta; para llamar la atención, a modo de protesta ante la disconformidad porque se sienten agusto en el parque y no quieren irse a casa, o como reclamo ante la negativa de los padres a comprarles un juguete. También podemos incluir en este tipo de llanto las pataletas de la disputa contra el sueño. De alguna manera pretenden seguir despiertos cuando el organismo les pide dormir, lo que les lleva a veces a revelarse ante la llamada del descanso. Suele ser un llanto tan escandaloso como poco preocupante para los padres.

En los más pequeños podemos encontrar el llanto de alarma, que no se aprende porque ya nacen con él como método de supervivencia. Es su arma para exigir alimento o agua cuando tienen hambre o sed ante su incapacidad para pedirlo o conseguirlo por sí mismos. También es ruidoso aunque no genera demasiada preocupación, porque del mismo modo que es innato en ellos, los padres, sobre todo la madre, desarrollan el instinto de protección sin necesidad de aprendizaje, y una vez satisfecha la demanda, el llanto desaparece.

Luego tenemos el llanto del dolor físico, al sufrir una caída o darse un golpe y derivar en alguna lesión traumatológica, como fracturas o luxaciones. Este llanto es fuerte en un principio, más que nada por el susto, y más sosegado y sostenido a medida que transcurren los minutos. No es tan escandaloso como los anteriores, pero mucho más preocupante y desgarrador para los padres. Es un llanto que les nace en el fondo del alma. En los bebés también se suele dar ante el malestar interno, como cuadros febriles o algún virus estomacal, y como he explicado anteriormente, se activa en ellos una alarma de supervivencia. Conforme van creciendo, no suelen llorar en estos casos, y aunque todavía no tengan la edad para saber explicar lo que les pasa, es fácil detectarlo para los padres al mostrarse más apagados que de costumbre.

Por último, tenemos el llanto de la resignación, y es el que se da, por ejemplo, en las guarderías o en los colegios al dejarlos en el aula por primera vez y cuando miran hacia atrás, comprueban que sus padres no están. Hay algunos niños más apegados a sus familiares y otros más independientes, que no les afecta tanto separarse por primera vez de quienes los han protegido hasta entonces, y de buenas a primeras se ven rodeados de desconocidos, apartados del amparo de aquellos que han formado hasta entonces su círculo de confianza. A excepción de mi experiencia como padre, no tengo conocimientos de puericultura, pero alguna vez he llevado a mi hija al colegio en el primer día del curso, y realmente es aterrador escuchar desde fuera a los críos llorar desconsoladamente. Es un sonido que penetra en los oídos como alfileres. A mi hija fue su madre quien pasó el mal trago de llevarla a la guardería el primer día. Nunca sabré si habría soportado dejarla allí llorando antes de alejarme. Debe ser bastante duro. Según me comentó ella, al recogerla aquel día, la profesora le dijo que lloró un rato pero se calmó pronto. Incluso para los niños más independientes, que en cualquier otra situación, como quedarse con algún familiar a quien no conozcan bien, en un principio no llorarían, quedarse allí rodeados de otros críos que no dejan de llorar, debe ser complicado. Los niños se amoldan pronto a los imprevistos y al segundo día ya se han habituado a la situación, pero esas primeras horas, para ellos mismos, y también para sus profesores o monitores, que en este caso suelen ser casi siempre profesoras, porque las mujeres, por norma general, son más sensibles y tienen más tacto para consolar a los críos, debe ser un mal rato.