Lucy Quaglia
Algonquin Número 5 (Celeste)
Celeste era mi ropa, mis ojos,
mi caballo,
las nubes en el cielo
como escondiendo algo
que anuncia que la lluvia
ya llegará temprano.
El ruido de las olas
sube hasta el cielo blanco
y trae las arañas
que me miran de abajo.
Celeste era mi pluma,
mi cara, mi cansancio,
mis orejas sucias
de tanta arena blanca,
y el canto de sirenas
que cantan sin mañana.
Celeste era el pañuelo,
el vestido tan largo,
la blusa primorosa
y el cantar de un pájaro.
Celeste era el bebé
que esperaba el abrazo,
el beso de la madre
que lo haría crecer
entre brumas de pasto.
Celeste era mi cielo,
mi lago, mi montaña,
mis furias desmedidas
y el pelo que me arrastro.
Celeste era el perfume
de tantos desengaños
con horas solitarias
en tiempos que me amargo.
Celeste era la abeja
que buscaba el milagro
y que cuando lo tuvo
no supo ni apreciarlo.
Celeste era tu cara,
tu cuerpo, tu mirada,
tus manos nunca ociosas
y tu sonrisa clara.
(Escrito antes del 2015)