Noche bochornosa, sofocante y húmeda.
La ciudad me seduce
con su aspecto apacible
bajo la penumbra
de este violáceo crepúsculo.
Aún se observan caprichosas nubes
que se retuercen cual serpientes monstruosas
deslizándose vertiginosas
hacia la distante Cruz del Sur.
Una muchacha camina ágil y liviana
cual graciosa bailarina sobre la vereda,
ondeando guedejas refulgentes de
arreboladas llamas.
Al pasar junto a mí, me ha mirado
largamente a los ojos
y la he reconocido, sintiendo
que la he amado varias veces en una misma vida.
Pero me causa pavor su maligna sonrisa,
su peinado de loca y su dulce embriaguez,
pues su mirada sacrílega se torna de hielo
al lanzarme plateadas flechas de encanto y dolor.
La noche ha extendido su manto de sombras,
su música fría y su pintura gris.
Señora hechicera: esta noche está ausente tu reflejo de luz,
pero millares de luciérnagas celestes resplandecen imponentes,
en la infinita bóveda celeste.
Carros de fuego juguetean sobre mi cabeza,
mientras viajo a través de las galaxias,
visitando extraños mundos, donde he vivido
doradas existencias entre seres de luz.
Y tú, cabellos de fuego, de mirada esmeralda
has sido mi amor en varias de ellas...
¡Oh dulce aturdimiento
de este instante celeste,
que como aguijón ardiente
me traspasa el alma!