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NOCTURNO XXII

   Noche bochornosa, sofocante y húmeda.

La ciudad me seduce 

con su aspecto apacible

bajo la penumbra

de este violáceo crepúsculo.

Aún se observan caprichosas nubes

que se retuercen cual serpientes monstruosas

 deslizándose  vertiginosas

hacia la distante Cruz del Sur.

   Una muchacha camina ágil y liviana

cual graciosa bailarina sobre la vereda,

ondeando guedejas refulgentes de

 arreboladas llamas.

   Al pasar junto a mí, me ha mirado 

largamente a los ojos

y la he reconocido, sintiendo 

que la he amado varias veces en una misma vida.

   Pero me causa pavor su maligna sonrisa,

su peinado de loca y su dulce embriaguez, 

pues su mirada sacrílega se torna de hielo

al lanzarme  plateadas flechas de encanto y dolor.

   La noche  ha extendido su manto de sombras, 

su música fría y su pintura gris.

Señora hechicera: esta noche está ausente tu reflejo de luz,

pero millares de luciérnagas celestes resplandecen imponentes, 

en la infinita bóveda celeste.

   Carros de fuego juguetean sobre mi cabeza,

mientras viajo a través de las galaxias,

visitando extraños mundos, donde he vivido

doradas existencias entre seres de luz.

Y tú, cabellos de fuego, de mirada esmeralda

has sido mi amor en varias de ellas...

¡Oh dulce aturdimiento

de este instante celeste,

que como aguijón ardiente

me traspasa el alma!