Libro: Apotegmas en el desierto
Escribir es una forma extraña de habitar un mundo paralelo,
de subir a tientas por la húmeda pirámide de la imaginación,
es soñar a través de un lápiz; la almohada, una hoja de papel
buscando llenar con palabras la ronquera de un espacio vacío.
Escribir es riqueza en la insolvencia, es un sutil señuelo
hacia un trozo del cielo traducido en sentimiento y pasión,
en urgencia y deseo, nostalgia del verso que emigró a otra piel,
es la posibilidad de fundar una ciudad con nuestro libre albedrío.
Escribir es cicuta y pirotecnia, es un plagio, es un adagio,
es una intromisión, escribir es una carretera con bares cerrados,
escribir es una vergüenza sincera presa por adulteración,
escribir es el frío de las mañanas, la impotencia del naufragio,
virtud y empeño, volar en libertad, cortar los candados
que nos separan de nosotros mismos; no deber a nadie una explicación.
Escribir es recordar lo no vivido, es una triste revancha
cuando no abundan las alternativas, es construir una epopeya,
andar roñoso de desengaños y limpiarse en un grito silencioso,
multiplicar panes y peces, un tenso round con la metáfora siguiente.
Ninguna sombra es inocente cuando se escribe, ninguna avalancha
tan destructiva, ningún golpe puede de ahora en más hacernos mella
cuando ya fue procesado, narrado y archivado con un punto final pecaminoso,
que cuenta lo que se busca no mencionar cuando la herida es muy hiriente.
Escribir es una manera poco rentable de sembrar apotegmas en el desierto,
ingrato oficio de escoger nuestros barrotes; ser el menos
civilizado siendo todo un caballero, es sobrevivir otra jornada
con la mochila pesada tras sumarle algún nuevo gramo de descontento,
ser testigo y notario de los labios que se posan en la copa de veneno,
releer cinco veces lo mismo, jugando con sílabas y conclusiones amordazadas.
Escribir es un aullido a la intemperie, excomulgar de mal modo la utopía,
el susurro en el oído de una sombra imposible de descifrar,
el vicio del momento solitario, buscando complicidad en nosotros mismos,
es tomar coraje seduciendo al miedo, suponer que la felicidad
está a la vuelta de una coma; es la copa de vino que se vacía,
soltar amarras en el puerto equivocado, es la espera en el altar,
y la novia, que no es otra que una musa pone a prueba nuestro optimismo,
lo que no rimó hoy quizá se soñará mañana o hará silencio a perpetuidad.
Escribir no depende de talento, ni de que otorgue riqueza material,
pero sucede que hay letras que acarician la mejilla del autor,
hay historias que merecen ser contadas, hay lágrimas para llorar
y ser lloradas, hay olvido y distancia abrigando la soledad,
ocurre que hay paraguas que resultan estériles ante el dolor,
hay pétalos de la flor del desconsuelo floreciendo en Navidad.
Escribir es la firma del suceso cotidiano, es vanidad, es un juguete,
es un itinerario carente de sentido, es una batalla campal de renglones
unidos por textos que se ignoran entre sí, es solo un papel, ni más ni menos
que un espejo más sincero, que refleja solamente nuestro interior,
escribir es un fragmento sonámbulo de la vida, es el sudor del jinete,
el hambre de los pueblos, el beso en la espalda, un mar de depresiones,
una multitud de soles, es sentirse como si se hubiera desayunado polietileno,
es la ceniza donde jamás hubo fuego, el rezo del que quiere un mundo mejor.
Escribir es perfumar las palabras y responder lo que nunca se deseó preguntar,
es este punto final demorado; escribir es la tinta del alma aprendiendo a bailar...