Lucían en la tibia amanecida
tres fuegos deslumbrando mi pupila,
el sol que tempranero nos vigila,
sus ojos complicándome la vida.
Tres luces que en la corta despedida
se apagan si una nube se perfila,
y nubla al sol y al ojo que vacila
huyendo presto a cada acometida.
No quiso la mañana que prendiera
la llama de pasiones transitorias
y todas las caricias ilusorias
tornaron del capricho a la quimera.
Se extinguen los luceros y la noche
y queda la amargura del reproche.