El viento ingobernable e indigente, ha cobijado
con sus fríos brazos mis anhelos,
el obrero corazón esta tiznado de desencuentros
mi cuerpo da cuenta de la mujer enfermiza,
el hambre de justicia, mi faz enjuta
y mis dedos entumidos de cansancio
me van vistiendo de años, de andares y pesares
y un pequeño puñado a penas de alegrías,
son como la ventisca, de la noche triste
perenemente han silenciado la aurora
y como regalo todo envuelven,
para el nuevo día no hay renuevo de esperanza.
Mi sol enfermo de añejas culpas
sigue encumbrando solo mis desdichas
y la soledad embriaga mis palabras
para juzgar el mundo, la vida, mi dura vida.
Estoy lánguidamente longeva y más que presta
a entregarme a la tentación de la noche sin velo
y sus tinieblas nocturnas de miradas que revolucionan
los instintos, todo me va guiando y vago como zombi
ante la caprichosa lujuria de la eternidad
confieso que estoy harta de la maldita circunstancia
y por todas partes me obliga, me rodea, me cerca
de los cabellos a los pies como un cáncer todo infecta
hasta mis intimas y efímeras delicias envejece
prematuramente mis menguadas ganas.
La pordiosera madrugada me acostumbra al hedor,
de la misma mujer que invariablemente soy cada día,
noche a noche, en medio del sueño y no puede alejar
la idea afanosa de no mirar más el gris de éste cielo,
de asesinar la realidad con fantasías y cobijarme nuevamente
de anhelos, sin embargo, no soy capaz de matar
ni a la mosca mucho menos alegar defensa propia…