Seguramente habrá un lugar en el mundo,
Donde las noches no sean tan solitarias,
Donde el frío no sea tan atroz como la muerte misma,
Y donde el viento trepidante no arranque mis vestiduras,
De moribundo doliente y resignado.
Seguramente podría hallar un río que no me arrastre,
Y una mar de aguas calmas y silenciosas,
Donde la bruma de madrugada,
Junto a la brisa silente y escrupulosa,
Acaricien la tez de mi rostro tan angustiado.
Quisiera hallar ese lugar en el mundo,
Donde amanecer signifique algo muy diferente,
No la mañana gris de siempre como latido apagado,
Ni como silencio perpetuo de golondrina que se ha marchado.
Ojala pudiera andar en busca de ese lugar en el mundo,
Donde las tardes sean canto de abejorros y suspiro de golondrinas,
Y donde el aroma a rosas y manzanilla,
Se abracen siempre… siempre dulces y amarillas.
Quisiera ser como el viento sin tierra ni dueño,
Para ir en busca por doquier… de ese lugar en el mundo,
Donde una noche de azul quimera,
Me embriague en su embrujo para dar con ella;
Esa tierra que yace despierta,
Entre los surcos de mis caminatas,
Y en el polvo que se ha revuelto,
Entre el cielo y mi mirada.
Seguramente…
Andaré siempre en silencio y el abrazo olvidado,
Y juzgaré al camino por haberme puesto piedras,
Más el placer de mi diaria plegaria,
Es saber… que en ese lugar del mundo,
Será, donde sé que tú te hallas.