Siempre me han gustado las historias de amor y con el paso de los años he ido creando una especie de teoría propia donde hay dos categorías bien definidas: los amores “reales” y los amores “de fantasía”.
Los reales son fáciles de identificar. Son esas historias de pareja que van construyéndose en la cotidianidad, en la lucha codo a codo, en el compañerismo. Dos seres que parece que nacieron para estar juntos y se apoyan mutuamente.
Los otros, los “de fantasía”, que podríamos también llamarlos “irreales, “ideales”, “ilusorios”, etc.; son más difíciles de identificar y de definir.
La historia que quiero contar, y que llegó a mis oídos de la voz de la propia protagonista (no es raro que me suceda porque tengo la virtud de prestar atención y tiempo a cuanta amiga se acerque con sus cuitas), es justamente un conflicto que se produce cuando “ella” se encuentra entre dos amores: uno real y otro que podríamos llamarlo “ilusorio”.
Cada mañana se levantaba y preparaba el desayuno. Lo hacía siempre, desde que estaban juntos, desde hacía casi treinta años. Se levantaba, a las seis de la mañana y preparaba café y tostadas. Eso todos los días laborables, ya que los dos (ella y su marido), salían a sus respectivos trabajos, a las siete. En realidad hubo una época de madrugar más aún, cuando también había niños que levantar y preparar para la escuela.
Luego se reencontraban recién al atardecer y compartían unos mates conversando sobre sus cosas cotidianas, hasta que ella comenzaba a preparar la cena y él se entretenía con algún programa de deportes, (mientras me contaba yo iba abriendo juicios inevitablemente y pensando en que eran una pareja a la antigua, en las que las tareas domésticas correspondían a la mujer, aunque esta trabajara afuera las mismas horas que el hombre).
Así los años habían transcurrido con algunas dificultades que habían superado juntos y con los problemas “normales” de todas las familias. Formaban una hermosa pareja que se complementaban muy bien y eran felices, con una “felicidad tranquila y normal” (palabras textuales). Los hijos ya habían volado del nido y tenían su propia vida.
Un año atrás, aproximadamente, su hermana recién separada, se había venido a pasar un tiempo a su casa hasta “reacomodar su vida” y en los pocos momentos que podían compartir juntas después de la cena , mientras limpiaban la cocina y charlaban (o “cotorreaban” como decía su esposo, algo celoso por la complicidad que había entre ambas), se reían y la pasaban muy bien.
Fue en una de esas noches que la hermana le mostró en el celular, una página en la que aparecían fotos de hombres, algunas de rostros y otras que mostraban algo más del cuerpo. Le empezó a contar con cuáles intercambiaba mensajes y cómo se entretenía los fines de semana en los que no tenía nada mejor que hacer. Le dijo que era sólo un pasatiempo y que nunca había concretado ningún encuentro, aunque había algunos que insistían, pero en ese caso los terminaba bloqueando y se acababa el asunto. Sólo le interesaba charlar y coquetear un poco sin involucrarse demasiado.
Así fue que, como jugando,la hermana le creó un perfil y subió algunas fotos en las que se veía más arreglada (hasta casi linda, le decía riéndose). Ella lo tomaba a broma y le pedía que eliminara todo eso porque podía meterse en problemas con su esposo y lo último que deseaba era quebrantar la paz que tenía. Pero al mismo tiempo comenzaba a gustarle eso de “espiar” la página cuando tenía algún momento a solas (siempre con el temor de que su marido la sorprendiera y no supiera qué explicación dar).
Una noche en que estaba acostada y su esposo se había quedado mirando un partido de fútbol “muy importante” ( en realidad todos eran importantes, así jugara Chacarita con Quilmes peleando por el descenso), se animó a responder uno de los tantos mensajes con “corazoncito” que recibía y comenzó un juego que ya no pudo ni quiso detener. Empezó a funcionar como un hobby o un escape a su rutina (como los programas deportivos que tanto absorbían a su esposo).
Al igual que su hermana, sólo respondía a algunos mensajes y cuando se ponían densos, los bloqueaba.
Pero con uno comenzó a darse algo diferente. Le había contestado con otro “corazón” porque estaba muy atractivo en la foto (y a esta altura se había soltado y era más audaz en sus interacciones). Él era de un país vecino, por eso se sentía tranquila de que no iba a insistir con encuentros ni nada por el estilo.
Se fue dando una linda amistad virtual en la que los dos se explayaban y se contaban la vida como si se conocieran desde siempre. De la página pasaron al WhatsApp y empezaron a intercambiar fotos, videos y hasta se atrevieron a las videollamadas. Pero se sentía más segura por la página, así que cada momento disponible que tenía se conectaba para ver si coincidía con él y el tiempo se transformaba en algo inexistente, a punto de olvidar las precauciones.
En dos o tres oportunidades su marido estuvo a punto de sorprenderla “chateando”, pero lo delataba el ruido característico que hacía al subir las escaleras porque arrastraba un poco los pies. Entonces cerraba inmediatamente el celular y se hacía la dormida.
Nunca supo en qué momento comenzó a involucrarse sentimentalmente. Él era muy romántico y le endulzaba el corazón con frases bonitas e imágenes que le compartía. Le enviaba canciones donde las letras la enamoraban, le decía todo el tiempo lo hermosa que era y le hablaba de lo maravilloso que sería poder compartir momentos en el idílico lugar donde vivía. Ella a su vez le mostraba su casa, sus rincones favoritos y le decía que lo tenía todo pero…no alcanzaba a entender qué le faltaba.
Cuando se dio cuenta que ya no era un inocente intercambio decidió sincerarse y le contó que era una mujer casada y que su marido era una buena persona, que le daba todo lo que ella necesitaba, que no se merecía lo que le estaba haciendo y que se sentía fatal.
Él respondió con un emoji de aprobación y fue el último mensaje que recibió en una semana. Fueron días interminables, llenos de angustia. Se sentía inquieta, nerviosa, triste. Hasta su marido, que parecía no enterarse nunca de nada, le preguntó en dos o tres oportunidades si tenía problemas en el trabajo.
Intentó entonces dejar de llorar por los rincones y pasar a la acción. Le envió algunos audios donde se justificaba y disculpaba a la vez. Hasta lo llamó varias veces pero sin resultado, no atendía ni contestaba a nada.
Pasó otra semana más y cuando ya creía que la historia sería un recuerdo lindo al cual acudir cuando la rutina la abrumara, apareció nuevamente.
Pero esta vez de una manera diferente. Recibió un paquete por correo, con su nombre y dirección (la emoción no le permitiría posteriormente preguntarse cómo había obtenido esos datos).
Como era sábado estaba en casa por la mañana, casualmente sola porque su esposo se había ido a buscar unos repuestos para el auto. No entendía de qué se trataba. No había comprado nada y tampoco su marido, sino le habría avisado.
Se apresuró a abrirlo rasgando el envoltorio. En el interior de una caja forrada en raso blanco, había un tocado de novia con flores, canutillos y perlas, todos de un inmaculado blanco. Lo acompañaba un sobre perfumado (no supo distinguir el aroma pero olía maravillosamente).
Nerviosa abrió el sobre rompiendo el papel y leyó un mensaje impreso con una frase “El amor verdadero tiñe de pureza todo lo que toca” y debajo el nombre de Él en letras mayúsculas.
No sabía si reír o llorar. El pecho le palpitaba escandalosamente. Aún así pudo pensar por un instante y se dio cuenta que debía ocultar el paquete antes que regresara su esposo. Mientras buscaba un lugar seguro, observó otro papel que cayó del sobre con otro mensaje “Te espero en el bar de la esquina, tenemos que hablar”.
La sorpresa no le permitía pensar, las ideas se atropellaban en su cabeza y caminaba de un lado hacia el otro de su enorme casa. ¿Qué debía hacer? ¿Cómo había llegado hasta allí? ¿Debía ir al bar? (Allí la podían reconocer) ¿Qué diría su marido si llegaba y no la encontraba? ¿Qué le diría a Él? (Quería conocerlo personalmente y a la vez temía ese encuentro) ¿Qué pasaría con su vida si iba? ¿Cómo seguir viviendo si no iba?.
Mientras pensaba todo ésto su cuerpo iba tomando decisiones propias. Abrió el armario de su habitación y eligió su mejor jean, una blusa que aún no había estrenado, se puso unas lindas sandalias (regalo de su marido en el último aniversario), se cepilló el pelo con gesto urgente, se puso rimmel y un poco de brillo en los labios y salió de su casa sin saber qué le deparaba el destino...