Iniquidades-.
Miradlos, como casi todo el mundo,
pasearse de arriba a abajo, la ciudad
entera, sin mayor cometido que su sola
presencia. No hubo jardines
en su infancia, y en su adolescencia,
no crecieron precisamente rosales
a su lado. Necesitados, hambrientos,
insaciables, buscando amor y sexo, en algún
cuartucho barato. El pan ni lo prueban,
exigen el vino de los paraísos
artificiales. Miradlos vomitar sobre las aceras,
ese amargo fruto del trabajo.
Desconfían de casi todo, y hacen bien:
no hay en sus cuerpos, sino pruebas y señales
de la iniquidad del hombre, criminal austero.
Burdos trabajos encuentran, casualmente,
para salir del paso, dejándolos al instante.
Lástima tener casa y techo, y no ser como ellos,
de mente, y corazón, abiertos.
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