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ENTRE DOS AMORES (segunda parte)

 El  partido se interrumpió de repente cuando el arquero visitante fue agredido, golpeado por un proyectil que arrojaron desde la tribuna. El campo de juegos se convirtió en un caos de jugadores, entrenadores, árbitros, médicos, camilleros, periodistas y otros que no se sabía quiénes eran. 

 Mientras esperaba para ver si se suspendía definitivamente, decidió dejar encendido el televisor y aprovechó para ir al baño.

 Al pasar cerca de la cocina escuchó las risas y se asomó apenas. Su esposa y la hermana miraban algo en el celular y comentaban. Desconfió enseguida, como desconfiaba de todo lo que hacía su cuñada. Cada vez que se aparecía terminaba discutiendo con su mujer porque le llenaba la cabeza con sus problemas y les alteraba la vida de alguna manera. Pero su esposa decía que eran celos que él tenía porque dejaba de ser el centro de atención. Un poco de razón tenía, él era bastante posesivo pero también era cierto que su “cuñadita” se las traía, por algo su matrimonio había fracasado.

 Volvió al comedor y se olvidó del asunto hasta el día siguiente en que la escena se repitió después de la cena.

 Comenzó a observarlas sin que se dieran cuenta y en un momento en que su esposa se distrajo le miró el teléfono para ver cuál era la página que tanto las entretenía.

 Al día siguiente llegó a su trabajo de muy mal humor. Su compañero de tareas lo notó de inmediato y después de dos o tres insultos proferidos mientras manipulaba las herramientas, le preguntó qué le pasaba.

 Al principio dijo que nada importante pero al rato decidió abrirse y empezó a hablar ( algo poco usual en él que era  bastante cerrado, pero el uruguayo le inspiraba confianza). Con bastante enojo empezó a hablar de las mujeres en general, de la libertad excesiva que tenían, de cómo habían cambiado las cosas, de que su madre jamás le hubiera hecho algo así a su padre y un montón de ideas machistas y retrógradas más.

 El compañero lo escuchó atentamente por un rato tratando de entender, hasta que escuchó “esas páginas de mierda” y ahí creyó captar de que venía el asunto.

 Cuando notó que estaba más calmado le preguntó de qué página se trataba y le propuso verla y ayudarlo a buscar una solución…

 Así empezó ese juego algo peligroso de crear un perfil falso y entablar una relación virtual con su propia esposa, apoyado por su amigo.

 La experiencia lo hizo recorrer emociones contradictorias, por un lado sentía haber vuelto muchos años atrás en que el romance era hermoso y las charlas eternas, cuando no se cansaban de estar juntos y compartían gustos afines. Por otro lado le ganaban los celos y la bronca de saber que ella lo estaba engañando de alguna manera, aunque fuera con él mismo. La situación le parecía hasta tragicómica.

  Sin embargo la pasaba tan bien en sus conversaciones virtuales que se dio cuenta cuánto la amaba y cómo había descuidado ese amor. Se había acostumbrado a que era parte de su vida como “algo” que siempre iba a estar. Se había olvidado que era una mujer que merecía atención. Se había comportado, en los últimos años como un auténtico idiota.

  Cuando ella confesó por fin que era casada se puso eufórico y estuvo a punto de revelar la verdad,  pero se contuvo y esperó para hablar con su compañero y ver cómo podía hacer para no arruinarlo todo…







 Mientras caminaba con paso inseguro, tanto por los tacos de las sandalias como por lo que estaba a punto de suceder, el viento le dio de lleno en el rostro y le ayudó a enfriar la cabeza… comenzó a pensar. 

 El tocado de novia se le hacía familiar...la frase... si, la frase le decía algo...

 Se detuvo en seco. Quedó inmóvil como tratando de asimilar todo las conexiones que su mente hacía. El corazón le daba todas las respuestas a la vez…

 Dio media vuelta y regresó a su casa, a su hogar, a su amor. Su verdadero amor.

 Cuando abrió la puerta su esposo estaba allí con la caja en la mano (¿ cómo supo dónde la había escondido?) Ese y miles de interrogantes intentaban hacerse palabras pero no podía hablar e intuía que no era momento de preguntas ni de reproches.

 Su marido se acercó, le puso el tocado (réplica del que había usado su abuela y treinta años atrás le había prestado a él para que le propusiera casamiento).

 Del parlante del comedor salía una melodía que ambos habían compartido bailando muchas veces y comenzaron a danzar mientras Lionel Richie y Diana Ross cantaban “Amor eterno”.