Motus animi continuus.
—su tosca traducción sería algo así como el incesante
movimiento de la mente. Según Cicerón es la fuente de
la elocuencia.
Ahora,
en este preciso instante
estoy frente a ella —después
de citar la cita anterior.
Ahora,
en este preciso instante
estoy en blanco frente
a una página del mismo color.
Me repliego hacia dentro
para buscar fuente, alimento
para poner en funcionamiento
todos los mecanismos de mi mente.
Ahora,
en este preciso instante
se me está viniendo algo
a las yemas de mis dedos
—no sé si debo o no debo.
Ahora,
en este preciso instante
me atrevo a darle negro
sobre blanco —aunque
no arriendo la ganancia
que esta acción me otorgue.
Ahora,
en este preciso instante
estoy otra vez en blanco.
Me vuelvo a replegar
y vuelvo a acudir a la Wikipedia
que colecciono dentro de mí.
Ahora,
ahora encuentro un artículo
que puede llenar los vacíos
que este escrito va llenando.
Me paro a leer lo que del amor
aparece en sus textos, todo baladí.
Pinto el cursor de azul y ahora
—tras un copia y pega— lo sitúo
en negro sobre el esplendor rojo
de mi rosáceo texto.
Tras el pegado me paro a pensar,
cerceno las palabras innecesarias,
lo recorto al máximo para concentrar
la semántica de sus decires y lo dejo estar...
—se sabe que lo poético, cuanto más
concentrado más poético, y el golpe
que al leerlas infringe al alma es mayor,
más certero (lo mismo podría decirse
de un lavavajillas de esos que anuncian
en la tv).
Ahora —el escrito no alcanza aún el tamaño
que me deja satisfecho— repito la operación
como si de un proceso iterativo se tratase
hasta que el recipiente en el que se contiene
no dé más a basto.
Llegados a este punto coloco un punto y final
y guardo lo trabajado en un word para pedir
traslado pronto y súbito al espacio publicante.
Una vez enmarcado y aderezado según mí
lo dejo al fresco de la lectura para aquel
que quiera detenerse a ver —lo pego cual anuncio en el tablón municipal de una plaza.
Espero que el esfuerzo y el tiempo
hayan recibido su recompensa...