Lejos de ti los bufidos aquiescentes
de una juventud maltrecha, eliges
sin embargo, una senda empedrada
de silencios. Es que la vida se te va,
inundando de lágrimas, los libros que
tanto te marcaron. Y aunque de menos
eches, la presencia de tal o cual persona,
son ellos, los que forjaron el devenir peculiar
de tu existencia. No quedarán pues, en vano,
tantos minutos dedicados a ese ejercicio valioso,
pues en ellos fue tu llanto y tu identidad.
Literaturas de circunstancias, de viajes,
de íntimos naufragios, de bromas pesadas,
de mal gusto; libros de filosofías, de arabescos
taciturnos, leídos en bares o en cafeterías
de la periferia, entre sus páginas escuchaste
el sonido esencial que a ti llegaba. Que, como
gaviotas oscuras, de ti y de tus horas, participaron.
Luego, cuando ya nada quede, y se haya oscurecido
el último crepúsculo, arderán en cambio
esas horas, como últimos penachos de tus ojos
incendiarios-.
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