Paloma que vas volando,
sobre el aire triste -que también se va-
para no volver jamás,
en esta tarde de nada, de hilo negro
y arruga de camposanto,
de procesión donde todos pasan con silueta
de tarde muerta,
el adiós se derrama
sangrando una despedida.
¡Corazón que ya no vuelves!
¡Que ya no escuchas!
¡Que ya no has de levantarte!
Todo el aire se ha caído con su humedad
de piedra,
bajo un cielo colmado de arcilla
donde se han quedado tus ojos,
donde ha de orbitar mi retorno
con alguna aurora fúnebre;
¿Por qué los linderos se olvidan de ir
y regresan siempre?
¿Por qué de un golpe la sangre no sube
y se me ha dormido?
¿Ya ves? Llueve hoy y el desayuno
parece arrastrar dos manos
desclavadas de alguna cruz.