Y una tarde cualquiera mire hacia mi derecha y te vi venir, te vi llegar para quedarte y hacernos felices sin nada que decir, solo fue un beso, un abrazo. Entonces supimos que sería para toda la vida, que el amor tocaba nuestras puertas, y las palabras no fueron necesarias; nuestros ojos hablaron, intercambiando corazones, uniendo sentimientos, enterrándonos hasta el fondo de deseo y sueños. Condenados al amor eterno que tocaba nuestras puertas.