¡Ah! ¡tus ojos de la luz dormida!
Tus ojos que desgarra a la noche,
que hiere,
que apaga el dolor tan fácilmente,
que me deja ciego en tu boca rosa
y devuelve a la inocencia
a quien lleva la oscuridad
sobre sus hombros;
Ojos de larga lagrima,
como un río que se despierta triste
cuando el amor puro
se hace un presagio de la muerte.
Nadie jamás me arranca -como ella-
de las telarañas de la ausencia;
Se levanta -siempre- y se eleva
como las mariposas
para hacer la primavera
sobre las hojas muertas del insomnio,
para reconstruir mi rostro
de ahorcado
con el secreto de su cuerpo.
Y me mira con esos ojos de luz elíptica
donde se amanece en la vida
y el sol gime porque no dormita jamás.