carosif

Ciudad mía, despojos de montaña y mar

Camino del mar a las montañas, o
de las altas montañas al extenso mar,
me detengo un momento a contemplar
las torres de una ciudad que se yergue
sobre una tierra en la que se mezclan
el lejano viento que viene desde el océano
y el soplo intenso que baja de las cumbres,
creando una perenne turbulencia
que no deja ver el rumbo a tomar.
En un desierto, que no llega ser desierto,
ni verde valle, ni llanura fértil, ni oasis florido.
Apenas los pies húmedos de una montaña
que, de a pocos se va tragando el mar.
Sin barro que asome del concreto,
ni cielo que quiera mostrar su pálido azul.
 
Esta tierra mía hecha de bullicio y soledad,
de techo siempre gris y alegría contenida,
de ausencias y presencias continuas,
de canto antiguo, de pena reunida,
de fierro, cemento y precariedad.
Indiferente a su inminente destrucción.
 
Aquí viene sucediendo la historia.
Las personas escriben su pasado,
y aprenden lo que es escribirlo mal.
Pero, no lo recordarán, porque aquí
los codos borran lo que traza la mano,
todo es pasajero y revocable, y ya pronto
caerán las montañas sobre sus calles,
o el mar socavará sus cimientos
y al polvo del desierto todo volverá.
 
En este lugar del mundo, tan vacío,
penden de un hilo las luces del día.
En unas horas llegará la oscuridad,
y después de una larga noche,
no habrá un sol que quiera retornar
para ver los despojos de la estulticia.