Freddy Kalvo

Juancito

 

Juancito llegó llorando

con un zapatito roto;

su dedo, que iba sangrando,

generó gran alboroto.

 

¿Qué te pasa, mi Juancito?,

– preguntó  la profesora,

cuando entró él despacito

con su voz conmovedora –.

 

Se me ha roto mi zapato

y me he golpeado el dedo.

Ya parece un garabato,

tener otros yo no puedo.

 

Tu padre está trabajando

y… ¿no podrá comprar otros?

Él muy poco está ganando,

no alcanza para nosotros.

 

Tiene a mi abuelita enferma

y ella está bien delicada.

La fiebre nunca le merma

y pasa muy angustiada.

 

Él le lleva medicina

que le receta un doctor

el que ya le vaticina

que le quitará el dolor.

 

Pero nunca se le quita

el dolor que le atormenta.

Pobrecita mi abuelita

ya no se le ve contenta.

 

Ella sufre sus dolores

que la tienen ya postrada

ya no cuida ni sus flores

ya no quiere nada, nada.

 

La maestra compungida

una lágrima soltó

y con voz enternecida

al infante lo abrazó.

 

Ya no llores, mi chiquillo;

ya no llores, por favor,

que cantando un pajarillo

cantará también de amor.

 

Ya vendrán días mejores

y debes prepararte hoy;

porque donde hay amores,

para ahí también yo voy.

 

Qué pena y melancolías

Juancito ya no volvió

pasado unos cuantos días

su abuelita se murió.

 

Juancito no pasó el grado

y a leer nunca aprendió.

Hoy es un niño iletrado,

que a trabajar se quedó.

 

Así pasa a muchos niños

justo aquí en El Salvador,

que en vez de tener cariños

los chicos sufren dolor.

 

Qué desdichas las del pobre

que sufriendo van a cuesta

bebiendo el agua salobre

mientras otros hacen fiesta.

Esta verdad siempre apesta

como carne putrefacta;

y ya escribió, «Patria Exacta»,

otro que me antecedió,

otro que también murió…

¿Y la injusticia?... ¡está intacta!