De la gente que dijo algo alzó el dedo
qué resta? De aquellos que omitieron
su deber completamente, obsequiando
figuras recíprocas, sustitutos aledaños,
qué queda? De las frases rimbombantes,
de los escuetos mensajes, de los apotegmas
sibaríticos, qué queda, pues? Pues nada,
lo más insoslayable, el instinto indiscriminado,
la carencia de lo básico, el vacío endogámico,
de esas aldeas siniestradas, qué, pues qué,
qué? De los almanaques, y de los contrarios,
de los enemigos y los amigos mutuamente abandonados,
de los senderos hipócritas, de las tumbas sin lápida,
como inscritas sobre un papel doblado sin esquinas,
qué queda pues? De los relámpagos confusos,
aquellos que doblan la lejanía, y presagian
tormentos aún mayores, qué, qué, qué?
Y de esos fragmentos cólumes, de esas fragorosas
batallas dialécticas, de los combates puramente
doctrinales, de las exequias inviables, de los fúnebres
cortejos, qué? De las colchas en septiembre, de los orinales
putrefactos, de los escondrijos repetidos, de los osarios
sin crepúsculos, de los alimentos caducados, de las efervescencias
de los llantos de los gemidos, qué pues? De lo
raro lo extraño lo extravagante, de lo puro o lo hermoso,
qué, cuántas, tantas preguntas?
Yo voy de entierro en entierro
y lo mismo sepulto un día un perro
que un caleidoscopio de mentiras altaneras.
De sepultura en sepultura, las lápidas
me las ingenio, las proyecto con sombrías cejas,
con altivas pestañas, con aposentos de raigambre.
Yo voy de entierro en entierro y lo más seguro
casi seguramente
es que me entierren a mí-.
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