Hay distancias que no deben cruzarse –me dijiste
alguna vez- antes de llegar hasta la cruel dulzura
del amor.
Hay instantes en que la sangre se desnuda
y se humedece
y el aire vestido de pájaro llega a buscar refugio
en mi garganta
con los ecos dulces de calderas viejas.
Algunas veces –en la medianoche- te dejas caer
silenciosamente por este lugar de plagas
donde duerme el corazón como si no ocurriera nada;
Y siento que en el vacío baila la luz de una sonrisa
resbalando y estrellándose contra este corazón
para que la muerte enceguecida no lo encontrara así,
en el desamparo.
¡Ah soledad! Tal vez en la mano del olvido,
como una fría espada, el alma hieras;
Tal vez -solo tal vez- en las cenizas de las voces
calcinadas que el silencio traga, puedas sembrar
tus heladas raíces
y florecer para mi extenuado corazón.